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viernes, 30 de septiembre de 2016

La urraca y la mona - Tomas Iriarte,



A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca:
«Si vinieras
a mi estancia,
¡cuántas cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven, si quieres,
y veráslas
escondidas
tras de un arca».
La otra dijo:
«Vaya en gracia»;
y al paraje
la acompaña.
Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine
y una vaina
de tijeras,
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra
y otras muchas
zarandajas.
«¿Qué tal? -dijo-.
Vaya, hermana,
¿no me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala».
Nuestra mona
la miraba
con un gesto
de bellaca,
y al fin dijo:
«¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.
Si no, mira
mis quijadas.
Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches
o papadas
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta.
Tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
mas yo, nueces,
avellanas,
dulces, carne
y otras cuantas
provisiones
necesarias».

Y esta mona
redomada
¿habló sólo
con la urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas
y farrago
sin sustancia.



jueves, 29 de septiembre de 2016

El pollo y los dos gallos - Tomas Iriarte



Un gallo, presumido
de luchador valiente,
y un pollo algo crecido,
no sé por qué accidente
tuvieron sus palabras, de manera
que armaron una brava pelotera.
Diose el pollo tal maña,
que sacudió a mi gallo lindamente,
quedando ya por suya la campaña.
Y el vencido sultán de aquel serrallo
dijo, cuando el contrario no lo oía:
«¡Eh!, con el tiempo no será mal gallo:
el pobrecillo es mozo todavía».
Jamás volvió a meterse con el pollo.
Mas en otra ocasión, por cierto embrollo,
teniendo un choque con un gallo anciano,
guerrero veterano,
apenas le quedó pluma ni cresta,
y dijo al retirarse de la fiesta:
«Si no mirara que es un pobre viejo...
Pero chochea, y por piedad le dejo».

Quien se meta en contienda,
verbigracia, de asunto literario,
a los años no atienda,
sino a la habilidad de su adversario.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Los cuatro lisiados - Tomas Iriarte



Un mudo a nativitate,
y más sordo que una tapia,
vino a tratar con un ciego
cosas de poca importancia.
Hablaba el ciego por señas,
que para el mudo eran claras;
mas hízole otras el mudo,
y él a oscuras se quedaba.
En este apuro, trajeron,
para que los ayudara,
a un camarada de entrambos
que era manco, por desgracia.
Éste las señas del mudo
trasladaba con palabras,
y por aquel medio el ciego
del negocio se enteraba.
Por último resultó
de conferencia tan rara,
que era preciso escribir
sobre el asunto una carta.
«Compañeros -saltó el manco-,
mi auxilio a tanto no alcanza;
pero a escribirla vendrá
el dómine, si le llaman».
«¿Qué ha de venir -dijo el ciego-,
si es cojo, que apenas anda?
Vamos, será menester
ir a buscarle a su casa».
Así lo hicieron, y al fin
el cojo escribe la carta,
díctanla el ciego y el manco,
y el mudo parte a llevarla.
Para el consabido asunto,
con dos personas sobraba;
mas como eran ellas tales,
cuatro fueron necesarias.
Y a no ser porque ha tan poco
que en un lugar de la Alcarria
acaeció esta aventura
(testigos más de cien almas),
bien pudiera sospecharse
que estaba adrede inventada
por alguno que con ella
quiso pintar lo que pasa
cuando, juntándose muchos
en pandilla literaria,
tienen que trabajar todos
para una gran patarata.



martes, 27 de septiembre de 2016

La espada y el asador - Tomas Iriarte



Sirvió en muchos combates una espada
tersa, fina, cortante, bien templada:
la más famosa que salió de mano
de insigne fabricante toledano.
Fue pasando a poder de varios dueños,
y airosos los sacó de mil empeños.
Vendióse en almonedas diferentes,
hasta que, por extraños accidentes,
vino, en fin, a parar (¡quién lo diría!)
a un oscuro rincón de una hostería,
donde, cual mueble inútil, arrimada,
se tomaba de orín. Una criada,
por mandado de su amo el posadero,
que debía de ser gran majadero,
se la llevó una vez a la cocina,
atravesó con ella una gallina,
¡y héteme un asador hecho y derecho
la que una espada fue de honra y provecho!
Mientras esto pasaba en la posada,
en la corte comprar quiso una espada
cierto recién llegado forastero,
transformado de payo en caballero.
El espadero, viendo que al presente
es la espada un adorno solamente,
y que pasa por buena cualquier hoja,
siendo de moda el puño que se escoja,
díjole que volviese al otro día.
Un asador que en su cocina había
luego desbasta, afila y acicala,
y por espada de Tomás de Ayala
al pobre forastero, que no entiende
de semejantes compras, se le vende,
siendo tan picarón el espadero
como fue mentecato el posadero.

¿Mas de igual ignorancia o picardía
nuestra nación quejarse no podría
contra los traductores de dos clases,
que infestada la tienen con sus frases?
Unos traducen obras celebradas,
y en asadores vuelven las espadas;
otros hay que traducen las peores,
y venden por espadas asadores.



lunes, 26 de septiembre de 2016

La música de los animales - Tomas Iriarte



Atención, noble auditorio,
que la bandurria he templado,
y han de dar gracias cuando oigan
la jácara que les canto.
En la corte del león,
día de su cumpleaños,
unos cuantos animales
dispusieron un sarao;
y para darle principio
con el debido aparato,
creyeron que una academia
de música era del caso.
Como en esto de elegir
los papeles adecuados
no todas veces se tiene
el acierto necesario,
ni hablaron del ruiseñor,
ni del mirlo se acordaron,
ni se trató de calandria,
de jilguero ni canario.
Menos hábiles cantores,
aunque más determinados,
se ofrecieron a tomar
la diversión a su cargo.
Antes de llegar la hora
del canticio preparado,
cada músico decía:
«¡Ustedes verán qué rato!»
Y al fin la capilla junta
se presenta en el estrado,
compuesta de los siguientes
diestrísimos operarios:
los tiples eran dos grillos;
rana y cigarra, contraltos;
dos tábanos, los tenores;
el cerdo y el burro, bajos.
Con qué agradable cadencia,
con qué acento delicado
la música sonaría,
no es menester ponderarlo.
Baste decir que los más
las orejas se taparon,
y por respeto al león
disimularon el chasco.
La rana, por los semblantes,
bien conoció, sin embargo,
que habían de ser muy pocas
las palmadas y los bravos.
Salióse del corro, y dijo:
«¡Cómo desentona el asno!»
Éste replicó: «¡Los tiples
sí que están desentonados!»
«¡Quien lo echa todo a perder
-añadió un grillo chillando-
es el cerdo!» «¡Poco a poco!
-respondió luego el marrano-:
nadie desafina más
que la cigarra, contralto».
«¡Tenga modo y hable bien!
-saltó la cigarra-; es falso:
esos tábanos tenores
son los autores del daño».
Cortó el león la disputa,
diciendo: «¡Grandes bellacos!
¿Antes de empezar la solfa
no la estabais celebrando?
Cada uno para sí
pretendía los aplausos,
como que se debería
todo el acierto a su canto;
mas viendo ya que el concierto
es un infierno abreviado,
nadie quiere parte en él,
y a los otros hace cargos.
Jamás volváis a poneros
en mi presencia: ¡mudaos!,
que, si otra vez me cantáis,
tengo de hacer un estrago».

¡Así permitiera el cielo
que sucediera otro tanto
cuando, trabajando a escote
tres escritores o cuatro,
cada cual quiere la gloria,
si es bueno el libro u mediano,
y los compañeros tienen
la culpa, si sale malo!



domingo, 25 de septiembre de 2016

El gato, el lagarto y el grillo - Tomas Iriarte



Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la Botánica;
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico,
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
Quiero, por mis turgencias semi-hidrópicas,
chupar el zumo de hojas heliotrópicas».
Atónito el lagarto con lo exótico
de todo aquel preámbulo estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica;
pero notó que el charlatán ridículo
de hojas de girasol llenó el ventrículo,
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo heliotrópico».
¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y el hablar liso y llano por demérito.

Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.



sábado, 24 de septiembre de 2016

El té y la salvia - Tomas Iriarte



El té, viniendo del imperio chino,
se encontró con la salvia en el camino.
Ella le dijo: «¿Adónde vas, compadre?»
«A Europa voy, comadre,
donde sé que me compran a buen precio».
«Yo -respondió la salvia- voy a China,
que allá con sumo aprecio
me reciben por gusto y medicina.
En Europa me tratan de salvaje,
y jamás he podido hacer fortuna».
«Anda con Dios. No perderás el viaje,
pues no hay nación alguna
que a todo lo extranjero
no dé con gusto aplausos y dinero».

La salvia me perdone,
que al comercio su máxima se opone.
Si hablase del comercio literario,
yo no defendería lo contrario,
porque en él para algunos es un vicio
lo que es en general un beneficio;
y español que tal vez recitaría

quinientos versos de Boileau y el Tasso,
puede ser que no sepa todavía
en qué lengua los hizo Garcilaso.



viernes, 23 de septiembre de 2016

Los dos huéspedes - Tomas Iriarte



Pasando por un pueblo
de la montaña,
dos caballeros mozos
buscan posada.
De dos vecinos
reciben mil ofertas
los dos amigos.

Porque a ninguno quieren
hacer desaire,
en casa de uno y otro
van a hospedarse.
De ambas mansiones,
cada huésped la suya
a gusto escoge.

La que el uno prefiere
tiene un gran patio
y bello frontispicio
como un palacio;
sobre la puerta
su escudo de armas tiene,
hecho de piedra.

La del otro a la vista
no era tan grande,
mas dentro no faltaba
donde alojarse;
como que había
piezas de muy buen temple,
claras y limpias.

Pero el otro palacio
del frontispicio
era, además de estrecho,
oscuro y frío:
mucha portada,
y por dentro desvanes
a teja vana.

El que allí pasó un día
mal hospedado,
contaba al compañero
el fuerte chasco.
Pero él le dijo:
«Otros chascos como ése
dan muchos libros».



jueves, 22 de septiembre de 2016

El retrato de Golilla - Tomas Iriarte



De frase extranjera el mal pegadizo
hoy a nuestro idioma gravemente aqueja;
pero habrá quien piense que no habla castizo
si por lo anticuado lo usado no deja.
Voy a entretenelle con una conseja;
y porque le traiga más contentamiento,
en su mesmo estilo referilla intento,
mezclando dos hablas, la nueva y la vieja.

No sin hartos celos un pintor de hogaño
vía cómo agora gran loa y valía
alcanzan algunos retratos de antaño;
y el no remedallos a mengua tenía.
Por ende, queriendo retratar un día
a cierto rico-home, señor de gran cuenta,
juzgó que lo antiguo de la vestimenta
estima de rancio al cuadro daría.

Segundo Velázquez creyó ser con esto;
y ansí que del rostro toda la semblanza
hubo trasladado, golilla le ha puesto
y otros atavíos a la antigua usanza.
La tabla a su dueño lleva sin tardanza,
el cual espantado fincó, desque vido
con añejas galas su cuerpo vestido,
magüer que le plugo la faz abastanza.

Empero una traza le vino a las mientes
con que al retratante dar su galardón.
Guardaba, heredadas de sus ascendientes,
antiguas monedas en un viejo arcón.
Del Quinto Fernando muchas de ellas son,
allende de algunas de Carlos Primero,
de entrambos Filipos, Segundo y Tercero;
y henchido de todas le endonó un bolsón.

«Con estas monedas, o siquier medallas
-el pintor le dice-, si voy al mercado
cuando me cumpliere mercar vituallas,
tornaré a mi casa con muy buen recado».
«¡Pardiez! -dijo el otro-, ¿no me habéis pintado
en traje que un tiempo fue muy señoril,
y agora le viste sólo un alguacil?
Cual me retratasteis, tal os he pagado.

Llevaos la tabla, y el mi corbatín
pintadme al proviso en vez de golilla;
cambiadme esa espada en el mi espadín,
y en la mi casaca trocad la ropilla;
ca non habrá naide en toda la villa
que, al verme en tal guisa, conozca mi gesto.
Vuestra paga entonce contaros he presto
en buena moneda corriente en Castilla».

Ora, pues, si a risa provoca la idea
que tuvo aquel sandio moderno pintor,
¿no hemos de reírnos siempre que chochea
con ancianas frases un novel autor?
Lo que es afectado juzga que es primor,
habla puro a costa de la claridad,
y no halla voz baja para nuestra edad
si fue noble en tiempo del Cid Campeador.



miércoles, 21 de septiembre de 2016

El guacamayo y la marmota - Tomas Iriarte



Un pintado guacamayo
desde un mirador veía
cómo un extranjero payo,
que saboyano sería,

por dinero una alimaña
enseñaba muy feota,
dándola por cosa extraña:
es, a saber, la marmota.

Salía de su cajón
aquel ridículo bicho,
y el ave, desde el balcón,
le dijo: «¡Raro capricho,

siendo tú fea, que así
dinero por verte den,
cuando, siendo hermoso, aquí
todos de balde me ven!

Puede que seas, no obstante,
algún precioso animal,
mas yo tengo ya bastante
con saber que eres venal».

Oyendo esto un mal autor,
se fue como avergonzado.
¿Por qué? Porque un impresor
le tenía asalariado.



martes, 20 de septiembre de 2016

El buey y la cigarra - Tomas Iriarte



Arando estaba el buey, y a poco trecho,
la cigarra, cantando, le decía:
«¡Ay!, ¡ay! ¡Qué surco tan torcido has hecho!»
Pero él la respondió: «Señora mía,
si no estuviera lo demás derecho,
usted no conociera lo torcido.
Calle, pues, la haragana reparona;
que a mi amo sirvo bien, y él me perdona,
entre tantos aciertos, un descuido».

¡Miren quién hizo a quién cargo tan fútil!
Una cigarra al animal más útil.
Mas ¿si me habrá entendido
el que a tachar se atreve
en obras grandes un defecto leve?



lunes, 19 de septiembre de 2016

La compra del asno - Tomas Iriarte



Ayer por mi calle
pasaba un borrico,
el más adornado
que en mi vida he visto.
Albarda y cabestro
eran nuevecitos,
con flecos de seda
rojos y amarillos.
Borlas y penacho
llevaba el pollino,
lazos, cascabeles
y otros atavíos;
y hechos a tijera,
con arte prolijo,
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.
Parece que el dueño,
que es, según me han dicho,
un chalán gitano
de los más ladinos,
vendió aquella alhaja
a un hombre sencillo;
y añaden que al pobre
le costó un sentido.
Volviendo a su casa,
mostró a sus vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:
«Veamos, compadre,
si este animalito 30
tiene tan buen cuerpo
como buen vestido».
Empezó a quitarle
todos los aliños,
y bajo la albarda,
al primer registro,
le hallaron el lomo
asaz malferido,
con seis mataduras
y tres lobanillos,
amén de dos grietas
y un tumor antiguo
que bajo la cincha
estaba escondido.
«Burro -dijo el hombre-,
más que el burro mismo,
soy yo, que me pago
de adornos postizos».

A fe que este lance
no echaré en olvido,
pues viene de molde
a un amigo mío,
el cual, a buen precio,
ha comprado un libro
bien encuadernado,
que no vale un pito.



domingo, 18 de septiembre de 2016

La oruga y la zorra - Tomas Iriarte



Si se acuerda el lector de la tertulia
en que, a presencia de animales varios,
la zorra adivinó por qué se daban
elogios avestruz y dromedario,
sepa que en la mismísima tertulia
un día se trataba del gusano
artífice ingenioso de la seda,
y todos ponderaban su trabajo.
Para muestra presentan un capullo;
examínanle, crecen los aplausos,
y aun el topo, con todo que es un ciego,
confesó que el capullo era un milagro.
Desde un rincón la oruga murmuraba
en ofensivos términos, llamando
la labor admirable, friolera,
y a sus elogiadores, mentecatos.
Preguntábanse, pues, unos a otros:
«¿Por qué este miserable gusarapo
el único ha de ser que vitupere
lo que todos acordes alabamos?»
Saltó la zorra y dijo: «¡Pese a mi alma!
El motivo no puede estar más claro.
¿No sabéis, compañeros, que la oruga
también labra capullos, aunque malos?»

¡Laboriosos ingenios perseguidos!
¿Queréis un buen consejo? Pues cuidado:
cuando os provoquen ciertos envidiosos,
no hagáis más que contarles este caso.



sábado, 17 de septiembre de 2016

El cuervo y el pavo - Tomas Iriarte



Pues, como digo, es el caso
(y vaya de cuento)
que a volar se desafiaron
un pavo y un cuervo.

Al término señalado
cuál llegó primero,
considérelo quien de ambos
haya visto el vuelo.

«Aguárdate -dijo el pavo
al cuervo de lejos-.
¿Sabes lo que estoy pensando?
Que eres negro y feo.

Escucha: también reparo
-le gritó más recio-,
en que eres un pajarraco
de muy mal agüero.

¡Quita allá, que me das asco,
grandísimo puerco!
Sí, que tienes por regalo
comer cuerpos muertos».

«Todo eso no viene al caso
-le responde el cuervo-,
porque aquí sólo tratamos
de ver qué tal vuelo».

Cuando en las obras del sabio
no encuentra defectos,
contra la persona cargos
suele hacer el necio.



viernes, 16 de septiembre de 2016

El avestruz, el dromedario y la zorra - Tomas Iriarte



Para pasar el tiempo congregada
una tertulia de animales varios
(que también entre brutos hay tertulias),
mil especies en ella se tocaron.
Hablóse allí de las diversas prendas
de que cada animal está dotado:
éste a la hormiga alaba, aquél al perro,
quién a la abeja, quién al papagayo.
«No -dijo el avestruz-, en mi dictamen
no hay más bello animal que el dromedario».
El dromedario dijo: «Yo confieso
que sólo el avestruz es de mi agrado».
Ninguno adivinó por qué motivo
tan raro gusto acreditaban ambos.
¿Será porque los dos abultan mucho?
¿O por tener los dos los cuellos largos?
¿O porque el avestruz es algo simple,
y no muy advertido el dromedario?
¿O bien porque son feos uno y otro?
¿O porque tienen en el pecho un callo?
O puede ser también... «No es nada de eso
-la zorra interrumpió-; ya di en el caso.
¿Sabéis por qué motivo el uno al otro
tanto se alaban? Porque son paisanos».
En efecto, ambos eran berberiscos;
y no fue juicio, no, tan temerario
el de la zorra, que no pueda hacerse
tal vez igual de algunos literatos.



jueves, 15 de septiembre de 2016

El galán y la dama - Tomas Iriarte



Cierto galán a quien París aclama
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!
-dijo la dama-. ¡Viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»

Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».