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domingo, 30 de octubre de 2016

El médico, el enfermo y la enfermedad - Tomas Iriarte



Batalla el enfermo
con la enfermedad,
él por no morirse
y ella por matar.
Su vigor apuran
a cuál puede más,
sin haber certeza
de quién vencerá.
Un corto de vista
en extremo tal
que apenas los bultos
puede divisar,
con un palo quiere
ponerlos en paz:
garrotazo viene,
garrotazo va.
Si tal vez sacude
a la enfermedad,
se acredita el ciego
de lince sagaz;
mas si, por desgracia,
al enfeaz?

Antes que te dejes
sangrar o purgar,
ésta es fabulilla
muy medicinal.



viernes, 28 de octubre de 2016

El ricacho metido a arquitecto - Tomas Iriarte



Cierto ricacho, labrando una casa
de arquitectura moderna y mezquina,
desenterró de una antigua ruina
ya un capitel, ya un fragmento de basa,
aquí un adorno y allá una cornisa,
media pilastra y alguna repisa.
Oyó decir que eran restos preciosos
de la grandeza y del gusto romano,
y que arquitectos de juicio muy sano
con imitarlos se hacían famosos.
Para adornar su infeliz edificio,
en él a trechos los fue repartiendo.
¡Lindo pegote! ¡Gracioso remiendo!
Todos se ríen del tal frontispicio,
menos un quídam que tiene unos dejos
como de docto, y es tal su manía,
que desentierra vocablos añejos
para amasarlos con otros del día.



miércoles, 26 de octubre de 2016

La víbora y la sanguijuela - Tomas Iriarte



«Aunque las dos picamos -dijo un día
la víbora a la simple sanguijuela-,
de tu boca reparo que se fía
el hombre, y de la mía se recela».

La chupona responde: «Ya, querida;
mas no picamos de la misma suerte:
yo, si pico a un enfermo, le doy vida;
tú, picando al más sano, le das muerte».

Vaya ahora de paso una advertencia:
muchos censuran, sí, lector benigno;
pero a fe que hay bastante diferencia
de un censor útil a un censor maligno.



lunes, 24 de octubre de 2016

El ricote erudito - Tomas Iriarte



Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico)
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.

«¡Lástima que en vivienda tan preciosa
-le dijo un amigo-
falte una librería, bello adorno,
útil y preciso!»

«Cierto -responde el otro-. ¡Que esa idea
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos: el salón del norte
a este fin destino.

¡Que venga el ebanista y haga estantes
capaces, pulidos,
a toda costa! Luego trataremos
de comprar los libros.

Ya tenemos estantes. Pues ahora
-el buen hombre dijo-
¡echarme yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!

Perderé la chaveta, saldrán caros,
y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos
de cartón fingidos?

Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos
tengo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite
pasta y pergamino.

¡Manos a la labor!» Libros curiosos,
modernos y antiguos,
mandó pintar y, a más de los impresos,
varios manuscritos.

El bendito señor repasó tanto
sus tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó erudito.

Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?



sábado, 22 de octubre de 2016

El escarabajo - Tomas Iriarte



Tengo para una fábula un asunto
que pudiera muy bien...., pero algún día
suele no estar la musa muy en punto.

Esto es lo que hoy me pasa con la mía;
y regalo el asunto a quien tuviere
más despierta que yo la fantasía,

porque esto de hacer fábulas requiere
que se oculte en los versos el trabajo,
lo cual no sale siempre que uno quiere.

Será, pues, un pequeño escarabajo
el héroe de la fábula dichosa,
porque conviene un héroe vil y bajo.

De este insecto refieren una cosa:
que, comiendo cualquiera porquería,
nunca pica las hojas de la rosa.

Aquí el autor, con toda su energía,
irá explicando como Dios le ayude
aquella extraordinaria antipatía.

La mollera es preciso que le sude
para insertar después una advertencia
con que entendamos a lo que esto alude;

y, según le dictare su prudencia,
echará circunloquios y primores,
con tal que diga en la final sentencia

que, así como la reina de las flores
al sucio escarabajo desagrada,
así también a góticos doctores
toda invención amena y delicada.



jueves, 20 de octubre de 2016

La rana y la gallina - Tomas Iriarte,



Desde su charco, una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
«¡Vaya! -le dijo-; no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo?»
«Nada, sino anunciar que pongo un huevo».

«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»
«Un huevo sólo, sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico».



martes, 18 de octubre de 2016

La contienda de los mosquitos - Tomas Iriarte



Diabólica refriega,
dentro de una bodega,
se trabó entre infinitos
bebedores mosquitos.
(Pero extraño una cosa:
que el buen Villaviciosa
no hiciese en su Mosquea
mención de esta pelea).
Era el caso que muchos,
expertos y machuchos,
con tesón defendían
que ya no se cogían
aquellos vinos puros,
generosos, maduros,
gustosos y fragantes
que se cogían antes.
En sentir de otros varios,
a esta opinión contrarios,
los vinos excelentes
eran los más recientes,
y del opuesto bando
se burlaban, culpando
tales ponderaciones
como declamaciones
de apasionados jueces
amigos de vejeces.
Al agudo zumbido
de uno y otro partido
se hundía la bodega,
cuando héteme que llega
un anciano mosquito,
catador muy perito,
y dice, echando un taco:
«¡Por vida del dios Baco!...
-entre ellos ya se sabe
que es juramento grave-,
donde yo estoy, ninguno
dará más oportuno
ni más fundado voto;
cese ya el alboroto.
A fe de buen navarro,
que en tonel, bota o jarro,
barril, tinaja o cuba,
el jugo de la uva
difícilmente evita
mi cumplida visita;
y en esto de catarle,
distinguirle y juzgarle,
puedo poner escuela
de Jerez a Tudela,
de Málaga a Peralta,
de Canarias a Malta,
de Oporto a Valdepeñas.
Sabed, por estas señas,
que es un gran desatino
pensar que todo vino
que desde su cosecha
cuenta larga la fecha,
fue siempre aventajado.
Con el tiempo ha ganado
en bondad, no lo niego;
pero si él, desde luego,
mal vino hubiera sido,
ya se hubiera torcido;
y al fin, también había,
lo mismo que en el día,
en los siglos pasados
vinos avinagrados.
Al contrario, yo pruebo
a veces vino nuevo,
que apostarlas pudiera
al mejor de otra era;
y si muchos agostos
pasan por ciertos mostos
de los que hoy se reprueban,
puede ser que los beban
por vinos exquisitos
los futuros mosquitos.
Basta ya de pendencia;
y por final sentencia,
el mal vino condeno;
le chupo cuando es bueno,
y jamás averiguo
si es moderno u antiguo».

Mil doctos importunos
(por lo antiguo los unos,
otros por lo moderno)
sigan litigio eterno;
mi texto favorito
será siempre el mosquito.



domingo, 16 de octubre de 2016

El burro del aceitero - Tomas Iriarte



En cierta ocasión un cuero
lleno de aceite llevaba
un borrico, que ayudaba
en su oficio a un aceitero.

A paso un poco ligero,
de noche en su cuadra entraba,
y de una puerta en la aldaba
se dio el golpazo más fiero.

«¡Ay! -clamó-, ¿no es cosa dura
que tanto aceite acarree
y tenga la cuadra obscura?»

Me temo que se mosquee
de este cuento quien procura
juntar libros que no lee.

¿Se mosquea? Bien está;
pero este tal, ¿por ventura
mis fábulas leerá?



viernes, 14 de octubre de 2016

El sapo y el mochuelo - Tomas Iriarte



Escondido en el tronco de un árbol
estaba un mochuelo,
y pasando no lejos un sapo,
le vio medio cuerpo.
«¡Ah de arriba, señor solitario!
-dijo el tal escuerzo-.
Saque usted la cabeza y veamos
si es bonito o feo».
«No presumo de mozo gallardo
-respondió el de adentro-, 10
y aun por eso a salir a lo claro
apenas me atrevo!;
pero usted, que de día su garbo
nos viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
en otro agujero?»

¡Oh, qué pocos autores tomamos
este buen consejo!
Siempre damos a luz, aunque malo,
cuanto componemos,
y tal vez fuera bien sepultarlo.
Pero ¡ay, compañeros!,
más queremos ser públicos sapos
que ocultos mochuelos.



jueves, 13 de octubre de 2016

El volatín y su maestro - Tomas Iriarte,



Mientras de un volatín bastante diestro
un principiante mozalbillo toma
lecciones de bailar en la maroma,
le dice: «Vea usted, señor maestro,

cuánto me estorba y cansa este gran palo
que llamamos chorizo o contrapeso;
cargar con un garrote largo y grueso
es lo que en nuestro oficio hallo yo malo.

¿A qué fin quiere usted que me sujete,
si no me faltan fuerzas ni soltura?
Por ejemplo, este paso, esta postura,
¿no la haré yo mejor sin el zoquete?

Tenga usted cuenta... No es difícil... Nada...»
Así decía; y suelta el contrapeso.
El equilibrio pierde... ¡Adiós! ¿Qué es eso?
¿Qué ha de ser? Una buena costalada.
«¡Lo que es auxilio juzgas embarazo,
incauto joven! -el maestro dijo-.
¿Huyes del arte y método? Pues, hijo,
no ha de ser éste el último porrazo».



miércoles, 12 de octubre de 2016

El topo y otros animales - Tomas Iriarte



Ciertos animalitos,
todos de cuatro pies,
a la gallina ciega
jugaban una vez.

Un perrillo, una zorra
y un ratón, que son tres;
una ardilla, una liebre
y un mono, que son seis.

Éste a todos vendaba
los ojos, como que es
el que mejor se sabe
de las manos valer.

Oyó un topo la bulla
y dijo: «Pues, ¡pardiez!,
que voy allá, y en rueda
me he de meter también».

Pidió que le admitiesen,
y el mono, muy cortés,
se lo otorgó (sin duda
para hacer burla de él).

El topo a cada paso
daba veinte traspiés,
porque tiene los ojos
cubiertos de una piel.

Y a la primera vuelta,
como era de creer,
facilísimamente
pillan a su merced.

De ser gallina ciega
le tocaba la vez;
y ¿quién mejor podía
hacer este papel?

Pero él, con disimulo,
por el bien parecer,
dijo al mono: «¿Qué hacemos?
Vaya, ¿me venda usted?»

Si el que es ciego y lo sabe
aparenta que ve,
quien sabe que es idiota,
¿confesará que lo es?



martes, 11 de octubre de 2016

La discordia de los relojes - Tomas Iriarte



Convidados estaban a un banquete
diferentes amigos, y uno de ellos,
que, faltando a la hora señalada,
llegó después de todos, pretendía
disculpar su tardanza. «¿Qué disculpa
nos podrás alegar?» -le replicaron-.
Él sacó su reloj, mostróle y dijo:
«¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo?
Las dos en punto son». «¡Qué disparate!
-le respondieron-, tu reloj atrasa
más de tres cuartos de hora». «Pero, amigos
-exclamaba el tardío convidado-,
¿qué más puedo yo hacer que dar el texto?
Aquí está mi reloj...» Note el curioso
que era este señor mío como algunos
que un absurdo cometen y se excusan
con la primera autoridad que encuentran.
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
todos los circunstantes empezaron
a sacar sus relojes en apoyo
de la verdad. Entonces, advirtieron
que uno tenía el cuarto, otro la media,
otro las dos y veinte y seis minutos,
éste catorce más, aquél diez menos.
No hubo dos que conformes estuvieran.
En fin, todo era dudas y cuestiones.
Pero a la Astronomía cabalmente
era el amo de casa aficionado;
y consultando luego su infalible,
arreglado a una exacta meridiana,
halló que eran las tres y dos minutos,
con lo cual puso fin a la contienda,
y concluyó diciendo: «Caballeros:
si contra la verdad piensan que vale
citar autoridades y opiniones,
para todo las hay; mas, por fortuna,
ellas pueden ser muchas, y ella es una».



lunes, 10 de octubre de 2016

El naturalista y las lagartijas - Tomas Iriarte



Vio en una huerta
dos lagartijas
cierto curioso
naturalista.
Cógelas ambas,
y a toda prisa
quiere hacer de ellas
anatomía.
Ya me ha pillado
la más rolliza;
miembro por miembro
ya me la trincha.
El microscopio
luego la aplica.
Patas y cola,
pellejo y tripas,
ojos y cuello,
lomo y barriga:
todo lo aparta
y lo examina.
Toma la pluma,
de nuevo mira,
escribe un poco,
recapacita.
Sus mamotretos
después registra;
vuelve a la propia
carnicería.
Varios curiosos
de su pandilla
entran a verle.
Dales noticia
de lo que observa:
unos se admiran,
otros preguntan,
otros cavilan.
Finalizada
la anatomía,
cansóse el sabio
de lagartija.
Soltó la otra,
que estaba viva.
Ella se vuelve
a sus rendijas,
en donde, hablando
con sus vecinas,
todo el suceso
las participa.
«No hay que dudarlo,
no -las decía-;
con estos ojos
lo vi yo misma.
Se ha estado el hombre
todito un día
mirando el cuerpo
de nuestra amiga.
¿Y hay quien nos trate
de sabandijas?
¿Cómo se sufre
tal injusticia,
cuando tenemos
cosas tan dignas
de contemplarse
y andar escritas?
No hay que abatirse,
noble cuadrilla.
¡Valemos mucho,
por más que digan!»

¿Y querrán luego
que no se engrían
ciertos autores
de obras inicuas?
Los honra mucho
quien los critica.
No seriamente,
muy por encima
deben notarse
sus fruslerías;
que hacer gran caso
de lagartijas,
es dar motivo
de que repitan:
«¡Valemos mucho,
por más que digan!»



domingo, 9 de octubre de 2016

La criada y la escoba - Tomas Iriarte



Cierta criada la casa barría
con una escoba muy puerca y muy vieja.
«Reniego yo de la escoba -decía-;
con su basura y pedazos que deja
por donde pasa,
aun más ensucia que limpia la casa».

Los remendones que escritos ajenos
corregir piensan, acaso de errores
suelen dejarlos diez veces más llenos...
Mas no haya miedo que de estos señores
diga yo nada.
¡Que se lo diga por mí la criada!



sábado, 8 de octubre de 2016

El juez y el bandolero - Tomas Iriarte,



Prendieron, por fortuna, a un bandolero,
a tiempo, cabalmente,
que de vida y dinero
estaba despojando a un inocente.
Hízole cargo el juez de su delito,
y él respondió: «Señor, desde chiquito
fui gato algo feliz en raterías;
luego hebillas, relojes, capas, cajas,
espadines robé, y otras alhajas;
después, ya entrado en días,
escalé casas; y hoy, entre asesinos,
soy salteador famoso de caminos.
Conque vueseñoría no se espante
de que yo robe y mate a un caminante,
porque este y otros daños
los he estado yo haciendo cuarenta años».

¿Al bandolero culpan?
Pues, por ventura, ¿dan mejor salida
los que, cuando disculpan
en las letras su error o su mal gusto,
alegan la costumbre envejecida
contra el dictamen racional y justo?



viernes, 7 de octubre de 2016

El pedernal y el eslabón - Tomas Iriarte



Al eslabón de cruel
trató el pedernal un día,
porque a menudo le hería
para sacar chispas de él.
Riñendo éste con aquél,
al separarse los dos,
«Quedaos -dijo- con Dios.
¿Valéis vos algo sin mí?» <
/> Y el otro responde: «Sí,
lo que sin mí valéis vos».

Este ejemplo material
todo escritor considere,
que el largo estudio no uniere
al talento natural.
Ni da lumbre el pedernal
sin auxilio de eslabón,
ni hay buena disposición
que luzca faltando el arte.
Si obra cada cual aparte,
ambos inútiles son.



jueves, 6 de octubre de 2016

El gallo, el cerdo y el cordero - Tomas Iriarte



Había en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano gordísimo yacía.
Ítem más, se criaba allí un cordero,
todos ellos en buena compañía;
y ¿quién ignora que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?

Pues (con perdón de ustedes) el cochino
dijo un día al cordero: «¡Qué agradable,
qué feliz, qué pacífico destino
es el poder dormir! ¡Qué saludable!
Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola,
roncar bien y dejar rodar la bola».

El gallo, por su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: «Mira, inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester dormir muy parcamente.
El madrugar, en julio u en febrero,
con estrellas, es método prudente,
porque el sueño entorpece los sentidos,
deja los cuerpos flojos y abatidos».

Confuso, ambos dictámenes coteja
el simple corderillo, y no adivina
que lo que cada uno le aconseja
no es más que aquello mismo a que se inclina.
Acá entre los autores, ya es muy vieja
la trampa de sentar como doctrina
y gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.