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jueves, 18 de mayo de 2017

El león enfermo y los zorros



En la sabana africana nadie dudaba de que, el majestuoso león, era el rey de los animales. Todas las especies le obedecían y se aseguraban de no faltarle nunca al respeto, pues si se enfadaba, las consecuencias podían ser terribles.

Un día, el rey león cayó enfermo y fue atendido por su médico de confianza: un búho sabiondo que siempre encontraba la terapia o el ungüento adecuado para cada mal. Después de tomarle la temperatura y la tensión, decidió que lo que necesitaba el paciente era hacer reposo durante al menos cuatro semanas. El león obedeció sin rechistar, pues la sapiencia del búho era infinita y si él lo recomendaba, lo más acertado era acatar la orden para recuperarse lo antes posible.

El problema fue que el león se aburría soberanamente. Debía permanecer encerrado en su cueva todo el día, sin nada que hacer, sin poder pasear y sin compañía alguna, pues no tenía pareja ni hijos. Para entretenerse un poco, se le ocurrió una idea. Llamó a su hermano, que era su mano derecha en todos los asuntos reales, y le dijo:

– Hermano, quiero que hagas saber a todos mis súbditos, que cada tarde recibiré a un animal de cada especie para charlar y pasar un rato agradable.

– Me parece una decisión estupenda ¡Necesitas un poco de alegría y buena conversación!

– Sí… ¡Es que me aburro como una ostra! Escucha: es muy importante que dejes claro que todo el que venga será respetado. Diles que no teman, que no les atacaré ¿De acuerdo?

– Descuida y confía en mí.

En cuestión de horas, todos los animales del territorio sabían que el rey les invitaba a su cueva. Como era de esperar, la mayoría de ellos sintieron que era un honor ser sus convidados por un día.

Se organizaron por turnos y un representante de cada especie acudió a visitar al león; la primera fue una cebra, y a continuación un ñu, un puma, una gacela, un oso hormiguero, una hiena, un hipopótamo… ¡Nadie quería perderse una oportunidad tan especial!

A los zorros les tocaba el último día y todavía no tenían muy claro quién iba a ser el afortunado en acudir como representante de los demás. Se reunieron para pactar entre todos la mejor opción, pero cuando estaban en ello, un joven y espabilado zorrito apareció gritando:

– ¡Un momento, escuchadme todos! ¡No os precipitéis! Llevo unos días husmeando junto a la cueva del león y he descubierto que el camino que lleva a la entrada está lleno de huellas de diferentes animales.

Sus compañeros zorros se miraron estupefactos. El jefe del clan, le replicó:

– El rey ha estado recibiendo a animales de todas las especies ¡Lo lógico es que el sendero de tierra esté cubierto de pisadas de patas!

El zorrito, sofocado, explicó:

– ¡Ese no es el dilema! Lo que me preocupa es que todas las huellas van en dirección a la entrada, pero no hay ninguna en dirección opuesta ¡Eso significa que quien entró, nunca salió! ¿Me entendéis? Sé que el león prometió no atacar a nadie, pero su palabra de rey no sirve ¡Al fin y al cabo, es un león y se alimenta de otros animales!

Gracias al zorrito observador, los zorros se dieron cuenta del peligro y decidieron cancelar la visita para no jugarse la vida. Hicieron bien, pues aunque quizá el león les había invitado con buenas intenciones, estaba claro que al final no había podido reprimir su instinto salvaje, propio de un felino.

Los zorros, muy solidarios, fueron a avisar al resto de especies y todos entendieron la situación. El león tuvo que pasar el resto de su convalecencia solo y los animales jamás volvieron a acercarse a su real cueva.

Moraleja: 
Esta fábula nos enseña que no debemos de fiarnos de personas que prometen cosas que quizá, no pueden cumplir.



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