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sábado, 8 de julio de 2017

El avaro y el oro



Había una vez un hombre tan avaro, que su mayor ilusión en la vida era tener riqueza para sentirse una persona importante.

Un día decidió vender todo lo que tenía; metió en un gran saco todas sus pertenencias y se fue a la ciudad montado en su fiel burrito. Al llegar, lo cambió todo por un resplandeciente lingote de oro ¡Ni siquiera sintió pena por deshacerse del burro, al que tanto quería! Lo importante para él, era ser rico de verdad.

Regresó a pie al tiempo que iba pensando en qué lugar escondería su valioso tesoro. Tenía que ponerlo a salvo de posibles ladrones. En su hogar ya casi no tenía bienes porque había vendido prácticamente todo, pero le daba igual… ¡Ese lingote merecía la pena!

Buscó concienzudamente un sitio adecuado y al final, en el jardín que rodeaba la casa, encontró un agujero oculto tras una piedra.

– ¡Es el sitio perfecto para esconder el lingote de oro! – pensó mientras lo envolvía cuidadosamente en un paño de algodón y lo metía en el hueco.

Aunque creía que jamás nadie descubriría su secreto, no podía evitar estar intranquilo. Dormía mal por las noches y cada día, con los primeros rayos de sol, salía al jardín y levantaba la piedra para comprobar que la pieza de oro seguía en su lugar. Satisfecho, continuaba con sus tareas diarias. Durante meses, actuó de la misma manera cada mañana: se levantaba e iba directo al agujero camuflado tras la roca.

Un vecino que solía pasear por allí a esas horas, veía cómo todos los días el avaro levantaba una piedra del jardín y luego se marchaba. Intrigado, decidió investigar qué era eso que tanto miraba. Con mucho sigilo se acercó a la roca y para su sorpresa, descubrió un reluciente lingote de oro del tamaño de una pastilla de jabón. Rápidamente se metió el botín en un bolsillo y desapareció sin que nadie le viera.

Cuando el avaro fue la mañana siguiente a ver su tesoro, el hueco estaba vacío.

– Oh, no… ¡Me han robado! ¡Me han robado! ¡Ya no soy un hombre rico! – se lamentaba – ¿Qué va a ser de mí?…

Un campesino que oyó su llanto, se acercó y le preguntó el motivo de su tristeza. Abatido le contó la historia. El campesino no pudo evitar decirle lo que pensaba.

– Te desprendiste de cosas que eran útiles para ti y las cambiaste por un lingote de oro inservible, tan sólo por el placer de contemplarlo y sentirte rico y poderoso. Coge ese pedrusco gris que está junto a tus pies, colócalo en el agujero y piensa que es un trozo de oro. Total, te va a servir para lo mismo, es decir… ¡para nada!

El avaro admitió que se había equivocado. Ahora era más pobre que nunca pero al menos aprendió de su error y comenzó a apreciar las cosas importantes de la vida.

Moraleja: debemos valorar las cosas que son útiles y nos hacen la vida más agradable. Acumular riqueza, si no se disfruta, no sirve de nada.



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