De Félix María Samaniego
Cierto Burro pacía
En la fresca y hermosa pradería
Con tanta paz como si aquella tierra
No fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
De centinela en la ribera estaba.
Divisa al enemigo en la llanura,
Baja, y al buen Borrico le conjura
Que huya precipitado.
El Asno, muy sesudo y reposado,
Empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño y temeroso
Con el marcial ruido
De bélicas trompetas al oído,
Le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
Que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
Pues nada pierdo, nada me acobarda;
Siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
Que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
Cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
Para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
Entre los poderosos
De insultos militares horrorosos
De la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
Esta gran exención: de aquí le viene.
Nada teme perder quien nada tiene.
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