De Leonardo Da Vinci
Una araña, después de haber explorado toda la casa, por dentro
y por fuera, pensó meterse en el ojo de la cerradura.
¡Qué refugio ideal! ¿Quién podría descubrirla jamás, allí dentro!
Ella, en cambio, asomándose al borde de la cerradura, podría
mirar a todas partes sin riesgo alguno.
- Allí - decía para sí, observando el umbral de piedra - tenderé
una red para las moscas; más allá - añadía, mirando el escalón -
tenderé otra para los gusanos; aquí cerca, en el marco de la puerta,
armaré una trampa pequeña para los mosquitos.
La araña se regocijaba. El ojo de la cerradura le daba una seguridad
nueva, extraordinaria; tan oscuro, estrecho, como un estuche
de hierro, le parecía más inaccesible que una fortaleza, más
seguro que cualquier armadura.
Mientras se deleitaba con estos pensamientos, le llegó al oído
un rumor de pasos; prudente, se retiró entonces al fondo del refugio.
Alguien estaba a punto de entrar en casa. Una llave tintineó,
enfiló el ojo de la cerradura, y la aplastó.
La fábula nos hace reflexionar en las
cortas luces de quienes aceptan las cosas
por lo que superficialmente representan,
sin indagar más profundamente su esencia
y significado.
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