Un melocotonero que vivía junto a un nogal, miraba con envidia
las ramas de su compañero, cargadas de nueces.
- ¿Por qué él ha de tener tantos frutos - pensaba - mientras que
yo tengo tan pocos? No es justo. Voy a tratar de hacer como él.
- No lo intentes - dijo un joven ciruelo que había leído su pensamiento -.
¿No ves qué gruesas ramas tiene el nogal? ¿No ves
qué tronco tan robusto? Cada uno debe dar según sus fuerzas.
Ocúpate de hacer buenos melocotones, que es la calidad lo que
importa y no la cantidad.
Pero el melocotonero, cegado por la envidia, no le quiso escuchar.
Pidió a sus raíces que chuparan más la sustancia de la tierra,
a sus fibras que hicieron correr más linfa, a sus ramas que florecieran
más, a sus flores que se transformaran en frutos; y así, al
llegar la estación, se encontró cargado de melocotones de la
cabeza a los pies.
Pero los melocotones, al madurar, aumentaban de peso y las
ramas no podían sostenerlos; ni tampoco el tronco podía sostener
todas aquellas ramas colmadas de melocotones. Lanzando un
gemido, el melocotonero se quebró, con gran estruendo, el tronco
se abrió y todos los melocotones se marchitaron al pie del nogal.
La frase "la envidia es mala consejera"
no es afirmación nueva ni que necesite
de mayores demostraciones; sin
embargo, al envidioso de esta fábula
el castigo le viene precisamente por
obtener lo que tanto anhelaba, que
resultó ser superior a sus fuerzas.
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