Había una vez una higuera que no daba frutos. Todos pasaban
a su vera, pero ninguno la miraba.
En primavera le brotaban las hojas, pero en verano, cuando
los demás árboles se cargaban de frutos, en sus ramas no aparecía ninguno.
- Me gustaría tanto ser elogiada por los hombres - suspiraba
la higuera -. Bastaría con que fructificase como los demás árboles.
Probando y volviendo a probar, finalmente, un verano, se encontró
también ella colmada de frutos. El sol los hizo crecer,
los lleno, les dio un dulce sabor.
Los hombres repararon en ello. Nunca habían visto una higuera
tan cargada de frutos. Y pronto apostaron a ver quién cogía más.
Se encaramaron por el tronco, con palos doblaron las ramas más
altas, y muchas se partieron con su peso: todos querían probar
aquellos higos deliciosos, y así, la pobre higuera, bien pronto se
encontró abatida y rota.
La ambición medida es virtud
apreciable, pero no cuando no
se fundamenta en realidades,
sino en alimentar la propia vanidad;
en tales cosas suele ser nefasta
y volverse contra el ambicioso
aun después de logrado su propósito.
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