Un Mono, cierto día,
hallóse un calabazo,
y no tuvo embarazo
en ver lo que por dentro contenía.
Desde el primer momento,
lo escudriñó, atrevido;
lo sonó, y, decidido,
le introdujo la mano con gran tiento.
De pan duro un gran trozo
encontró desde luego;
y de codicia ciego,
lo asió con fuerza, trémulo de gozo.
Mas ¡ay! en grave susto
se trocó su alegría,
cuando vió que salía
del bosque un Cazador fiero y adusto.
Quiso escapar, y en vano
el pobre lo intentaba;
pues el pan no soltaba,
y así entregóse por su propia mano.
El Cazador, prudente,
ató al mísero Mono;
y éste, con triste tono,
le dijo: Haces muy bien; soy delincuente.
Así, franco y sereno,
sufrir debe su pena con paciencia,
aquel a quion agobia la conciencia
por empeñarse en retener lo ajeno.
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