Habéis visto en otra fábula que por más que hizo el pececillo, lo echaron a la sartén. Dí a entender entonces que soltar lo que tenemos en la mano, con la esperanza de atrapar mejor presa, es gran imprevisión.
El pescador tenía razón; el pececillo hacía bien: cada cual se defiende como puede. Ahora voy a robustecer lo que entonces sostuve con un nuevo ejemplo.
Cierto lobo, tan torpe como cuerdo fue aquel pescador, encontrando un perro lejos de poblado, arremetió contra él. Alegó el perro su escualidez: “Considere vuesa merced, decía, mi estado mísero; aguarde un poco para llevárseme: mi amo va a casar a su hija única, y claro es que, estando de bodas, he de engordar aunque no quiera.” Diole crédito el lobo y lo soltó.
Volvió a los pocos días para ver si su perro, estaba ya de buen año; pero el picarón se hallaba metido en casa, y a través de una verja le dijo: “Voy a salir, amigo mío: aguárdanos: ahora mismo estaremos ahí el portero y yo” El portero era un perrazo enorme, que despachaba a los lobos en un santiamén.
El rapaz se detuvo un momento, y diciendo después “dad expresiones al portero,” echó a correr. Era ligero de piernas y también de cascos. No había aprendido aún bien su oficio de lobo.
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