Una ostra se encontró, junto a otros peces, en la casa de un pescador,
poco distante del mar.
"Aquí moriremos todos", pensó la ostra mirando
a sus compañeros, que jadeaban esparcidos por el suelo.
Pasó un ratón.
- Ratón, ¡escucha! - dijo la ostra -; ¿me llevarías, por favor, hasta el mar?
El ratón la miró: era una ostra hermosa y grande, y debía tener una rica
y sustanciosa pulpa.
- Claro que sí - contestó el ratón, que había ya decidido comérsela -,
pero tienes que abrirte un poco, porque no puedo llevarte cerrada.
La ostra se entreabrió con cautela, y el ratón, rápido, metió el hocico
para morderla. Pero, con la prisa, el ratón la movió demasiado, y la ostra
se cerró de improviso, aprisionando la cabeza del roedor. El ratón chilló.
La gata lo oyó. Llegó de un salto y se lo comió.
La seguridad en uno mismo y en nuestros
actos es premisa irremplazable para
emprender acciones peligrosas para la
propia integridad. En su defecto, el
fracaso es poco menos que seguir.
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me encanto la lectura
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