Viejo loco, insolente,
que quieres prolongar eternamente
de los hombres la vida
por virtud de tu ciencia encarecida.
¿Cómo te atreves, pobre mentecato,
sin juicio ni recato,
a usurpar mi dominio,
pretendiendo librar del exterminio
a todos los mortales,
curándoles sus lacras y sus males?
¿No adviertes, necio, que de vanos modos
morirán siempre los humanos todos,
todos aquellos que la luz miraren
y el aire que respiras respiraren?
Sábete que no hay ciencia
que los pueda librar de esta sentencia.
Así reconvenía
a Hipócrates, la Muerte cierto día;
y el eminente Griego,
mostrando, a su pesar, desasosiego
a vista de la Muerte,
así le dice: -Gran Señora, advierte
que jamás he intentado
lo que con grave error te has figurado.
Sé que es justo y debido
que mueran todos, pues que ya han nacido;
pero es mi corazón tierno y sensible,
y así me es insufrible
ver padecer, Señora,
al mísero mortal, que a un tiempo ignora
el mal de que adolece
y el remedio oportuno; aunque apetece
tal vez lo que le daña y perjudica,
con lo cual más y m ás se mortifica.
Mitigar de los hombres las dolencias
he querido; desvelos y experiencias
hp consagrado a ello; y en mis años,
victorias he logrado y despngaños.
No pretendo trocar en inmortales
a los hombres: quiero aliviar sus males.
Que tal ha siqo mi intención, entiendo;
y con ella, Señora, no te ofendo.
-Creo que tienes razón, la Muerte dijo:
el estudio prolijo
que por ellos has hecho,
por hoy les servirá de algún provecho,
pero mil ignorantes
quizá vendrán en siglos muy distantes,
y armados de sistemas y opiniones,
torcerán tus renglones
y harán mil barbarismos,
interpretando mal tus aforismos;
y sus yerros fatales
a los enfermos causarán mil males;
pues en vez de curarlos,
me ahorrarán el trabajo de matarlos.
En fin, de gozo el corazón me salta
al pensar que do estén yo no haré falta.
Al enmendar mi juicio,
confieso que me has hecho un gran servicio;
pues con lo que has escrito y estudiado,
pienso que has reclutado,
a tu pesar, millones
de necios y matones
que pudieran llamarse (bien se advierte),
celosos ayudantes de la Muerte.
Así dijo ésta, y el anciano Griego
escribió con su llanto el cuento luego.
Dicho cuento, lectores, no comprende
al há bil profesor que su arte entiende .
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