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lunes, 25 de enero de 2016

Las exequias de la leona - Jean de la Fontaine



Murió la esposa del León: todos acudieron para cumplir con el príncipe, abrumándolo con esas frases huecas de consuelo, que son un recargo al dolor. Diose aviso a todo el reino de que tal día y en tal punto se celebrarían las exequias de: sus chambelanes y prebostes estarían allí para disponer la ceremonia y colocar la gente. Nadie faltó. Entregase el príncipe a los extremos de su aflicción, y resonaron en el antro real sus alaridos. No tienen otro templo los leones. Al compás de los lamentos del monarca, lamentáronse todos los cortesanos, cada cual en su jerga y algarabía.

¿Queréis que os defina la corte? Es un país donde la gente, gozosa o afligida, a todo dispuesta, a todo indiferente, es lo que quiere el príncipe que sea, y si no lo es, procura aparentarlo. Pueblo-camaleón, pueblo-mono, copiando siempre a su amo y señor. Mil cuerpos hay, y parece que no tengan más que un alma. Allí si que puede decirse que los hombres no son más que maquinas.

Para volver a nuestro cuento, el ciervo no lloró. ¿Cómo había de llorar, si aquella muerte vengaba sus agravios? La leona había estrangulado a su esposa y a sus hijos. No lloro, pues. Un adulador fue a decírselo a Su Majestad, y añadió que le había visto sonreír. La cólera de un rey es terrible, como dice Salomón., y si el rey se llama León, aún lo es más. Pero aquel ciervo no había leído la Biblia. El monarca le dijo: “¡Cobarde huésped de la espesura, tú ríes! ¡Tú ríes, ajeno a todos esos lamentos! No me dignaré hincar en tus profanos miembros mis garras sacrosantas. Venid, Lobos; vengad a la reina. Inmolad ese traidor a sus augustos manes.” El ciervo contestó: “Señor, paso la hora de las lagrimas: el dolor es ya inútil. Vuestra digna cónyuge se me ha aparecido recostada entre flores, muy cerca de este lugar. Al punto la reconocí. Amigo, me dijo, guárdate bien de llorar cuando me abren los dioses su morada. En los Campos Eliseos he disfrutado los supremos goces conversando con los bienaventurados como yo. En cuanto al rey, déjale sumido por algún tiempo en su desesperación.” Apenas oyeron esto, gritaron todos: “¡Milagro! ¡Apoteosis!” Y el ciervo tuvo, en vez de castigo, rico presente.

Divertid a los reyes con ensueños y fantasías; aduladlos con mentiras halagüeñas; por muy indignados que estén, tragaran el anzuelo, y seréis su favorito.


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