Cuenta Esopo que un labriego, tan caritativo como imprevisor, paseando un día de invierno por su heredad, encontró una sierpe tendida en la nieve, transida, helada e inmóvil, y con tan poca vida que no le podía durar ni un cuarto de hora.
El lugareño la coge, la lleva a casa, y sin pensar en cuál será el pago de su buena acción, la tiende junto al hogar y la hace volver en sí. Apenas sintió el reptil el grato calorcillo, recobró con la vida la ponzoña. Alzó un poco la cabeza, lanzó un silbido, replegase sobre sí y probo a dar un salto, arrojándose contra su bienhechor. “¡Ingrata! Exclamó el rustico: ¿ese es el pago que me das? ¡Vas a morir!” Y así diciendo, poseído de justa cólera, cogió el hacha, y en dos hachazos hizo tres sierpes de una: cabeza, tronco y cola.
El bicho retorciéndose, probaba a juntarse: no lo pudo conseguir.
Ser caritativo es muy meritorio; pero ¿con quién? Ahí está la dificultad. En cuanto a los desagradecidos, todos tienen mal fin.
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