Aunque hubiera recibido de Caliope, al nacer, cuantos dones ofrece esta musa a sus favoritos, consagraríamos todos a las ficciones de Esopo: la ficción y la poesía fueron siempre buenas amigas. Pero no he merecido tanto del Parnaso, que sepa adornar convenientemente esas fantasías. Hay quien da hermosa brillantez a las fábulas que inventa; yo procuro hacerlo: si no lo consigo, otro más docto lo hará.
Hice hablar, sin embargo, con nuevo estilo, al voraz lobo, y responder al humilde cordero. Hice más: los árboles y las plantas los he convertido en seres parlantes. ¿No parece cosa de encantamiento? “Es verdad, replicará el crítico, relatáis bien cuatro o seis cuentos de niños” ¿Los queréis, señor aristarco, más auténticos y de estilo más pomposo? Escuchad, pues.
Los troyanos, tras diez años de constante pelea en torno de sus fuertes maúllas, habían fatigado a los griegos, que apelaron en vano a mil medios diferentes, a repetidos asaltos y a continuos combates, para rendir la invencible fortaleza, cuando un caballo de madera, invención de Minerva, de nuevo y extraño artificio, recibió en sus huecos flacos al prudente Ulises, al bravo Diomedes, al impetuoso Ayax, personajes todos que el monstruo colosal debía introducir en Troya para destruir la ciudad entera y hasta su mismo dios, añagaza inaudita , que recompensó con creces el esfuerzo y a constancia de sus autores…
“¡Basta ya!, por favor, exclamará alguno de nuestro censores: ese período es muy largo; hay que cortarlo para tomar aliento; y por otra parte, vuestro caballo de madera, con los héroes y las falanges escondidas es un cuento más inverosímil que el del zorro lisonjeando al cuervo. Por añadidura no os sienta bien el estilo elevado.”
Pues, bajemos el tono.
Sueña con Alcides la celosa Amarilis, y piensa no tener más testigos de su afán que su mastín y sus ovejuelas. Tirsis, que la divisa, deslíaze entre los sauces, y sorprende a la zagala dirigiendo sus dulces quejas al céfiro y rogándole que las llevase a su infiel amador…
“Permitid que os interrumpa: esa palabreja no me parece castiza; preciso será que la cambiéis…”
¿Callaras critico implacable? ¿Me dejaras acabar el cuento? Trabajo le doy al que se proponga agradarte.
No hay gente más infeliz que los descontentadizos: ¿Qué mayor desdicha que no parecerles bien nada?
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