Cierto ricacho, labrando una casa
de arquitectura moderna y mezquina,
desenterró de una antigua ruina
ya un capitel, ya un fragmento de basa,
aquí un adorno y allá una cornisa,
media pilastra y alguna repisa.
Oyó decir que eran restos preciosos
de la grandeza y del gusto romano,
y que arquitectos de juicio muy sano
con imitarlos se hacían famosos.
Para adornar su infeliz edificio,
en él a trechos los fue repartiendo.
¡Lindo pegote! ¡Gracioso remiendo!
Todos se ríen del tal frontispicio,
menos un quídam que tiene unos dejos
como de docto, y es tal su manía,
que desentierra vocablos añejos
para amasarlos con otros del día.
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