Esta es la historia de un gato que le encantaba comer, principalmente sardinas que era su plato preferido. Él era un poco retraído y torpe y casi nunca podía comer eso que tanto gustaba.
Un día mientras paseaba decidió ir más allá de lo normal y fue entonces cuando su suerte cambió pues llegó a un mercado situado muy próximo a la costa. Aquel mercado tenía cajas repletas de sardinas y otros pescados que los pescadores ofrecían como mercancías.
El pobre gato tenía tanta hambre que olvidó cuan tímido y torpe era y se lanzó a buscar aquellas sardinas. Como estrategia se propuso vigilar a los vendedores, y nada más que uno de estos se descuidó, se metió en una de las cajas atrapando una muy hermosa entre sus bigotes. A pesar de que quiso actuar con discreción era tan torpe que el vendedor se dio cuenta rápidamente de lo que estaba haciendo y comenzó a perseguirlo muy enojado por todo el mercado.
Corrió mucho para salvarse de aquel vendedor molesto y fue entonces cuando llegó a un bosque que tenia un precioso arroyo rodeado de mucha hierba fresca. Allí se sintió a salvo y pensó que había llegado al lugar ideal para saborear aquella sabrosa sardina. De repente, el gato miró al agua y pensó que había visto a otro gato con una sardina aún más grande y más deliciosa. Su envidia era tanta que decidió saltar al agua para quitársela.
Rápidamente se dio cuenta de que no existía ningún gato ni sardina alguna, y que lo único que había hecho era ver su propio reflejo deformado y más grande sobre el agua. Cuando salió del agua vio que había perdido su apetecida sardina y que ya no podría saborearla.
¡Pobre gato, que dura lección recibió por dejarse llevar por la envidia y la glotonería!
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