Había una vez un toro y tres cabras que, como se criaron juntos desde pequeños en una verde pradera, eran muy amigos y se pasaban el día jugando.
La escena de verlos jugando era habitual en la pradera pero para un perro vagabundo que a diario los observaba desde lejos no dejaba de resultar un tanto extraña. Su experiencia de vida le impedía entender cómo aquellos animales podían llevarse tan bien entre sí.
Un día el perro no pudo aguantar más su curiosidad y fue adonde el toro y le preguntó:
-Compañero, ¿cómo es que tú, un toro tan fuerte, pasas tus días jugando con tres insignificantes cabras? ¿Acaso no ves que puedes ser la comidilla del resto de los animales? Pensarán que eres un toro débil y por eso es que te juntas con animales indefensos.
Las palabras del perro pusieron a pensar al toro, que no quería ser el hazmerreír del resto de los animales ni le hacía gracia la idea de que subestimaran su fuerza y valor.
En resumen, por el que dirán fue apartándose cada vez más de sus amigas cabras, al punto de que llegó un día en el que no las vio más.
Pasó el tiempo así y el toro se fue sintiendo cada vez más solo. Extrañaba a sus amigas cabras, que eran como su única familia, y los juegos que a diario hacían juntos.
Ese estado emocional lo hizo reflexionar y comprendió su error. Nunca uno se puede dejar llevar por lo que digan los demás y debe hacer lo que le nazca y le dicten su conciencia y corazón. De no ser así, podemos perder lo que más apreciamos o deseamos en la vida.
Afortunadamente, para el toro no fue muy tarde y recuperó la amistad de sus hermanas cabras, con las que fue muy feliz para siempre, jugando cada día.
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