Érase una vez una liebre que vivía apesadumbrada por ser un animal tan tímido y miedoso.
Creía que le había tocado ser muy desgraciada, pues siempre, ante el mínimo ruido o batir del viento, sentía un profundo temor y corría a guarecerse en su madriguera.
Esta combinación de timidez y miedo la tenía muy harta, pero al final no tenía valor para hacer nada más y el pesar seguía haciendo mella en su vida.
Un día como otro cualquiera salió a dar un pequeño paseo, sin alejarse mucho de su refugio, y ante un ruido extraño corrió como de costumbre a guarecerse. Tal velocidad desarrolló que no se percató que iba directo a un charco de ranas, hasta que al final lo pisó.
Las habitantes de la charca se asustaron mucho y corrieron despavoridas ante la irrupción de la liebre, que ya en su escondite, y llena de arrepentimiento por asustar a otros animales, comprendió que no era la única que experimentaba miedo ante determinados sucesos de la vida.
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