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miércoles, 27 de septiembre de 2017

El águila y el milano



En la rama de un viejo árbol descansaba un águila de mirada triste y corazón roto. Su pena era tan grande y profunda que no quería ni volar. Varios días llevaba ahí la pobre infeliz, sin comer y sin hablar con nadie.

Un milano que la vio, se posó junto a ella y quiso saber qué le sucedía.

¿Qué te pasa, águila guapa, que no quieres saber nada del mundo? El águila miró al milano zalamero de reojo.

– Me siento muy mal… Quiero formar una familia y no encuentro una pareja que me quiera de verdad.

– ¿Por qué no me aceptas a mí? – preguntó de pronto el milano – Yo estaría encantado de ser tu fiel compañero.

– ¿Tú?… ¿Y cómo me cuidarás?

– Bueno… ¡Mira qué alas tan hermosas tengo! Por no hablar de mis patas, fuertes como ganchos de hierro. Con ellas puedo cazar todo lo que quiera. Si me aceptas como pareja, nunca te faltará de nada. Mi última hazaña ha sido cazar un avestruz.

– ¿Un avestruz?… ¡Pero si es un animal enorme! – dijo asombrada el águila.

– Sí, lo sé – asintió el milano con el pecho inflado – Es grande y pesa mucho, pero yo puedo con eso y más. Si te casas conmigo, cazaré una para ti.

El águila estaba fascinada y se convenció de que ese valiente y forzudo milano era sin duda la pareja ideal. Se casaron y esa misma noche, el águila le pidió que cumpliera su promesa.

– Te recuerdo que prometiste traerme un avestruz ¡Anda, ve a por ella!

El milano alzó el vuelo y se ausentó durante unas horas. A su regreso, traía entre sus patas un ratón pequeño y apestoso. El águila dio un paso atrás horrorizada.

– ¿Es esto lo que has conseguido para mí? ¡Dijiste que me regalarías un avestruz y apareces con un inmundo ratón de campo!

El milano, con toda su desfachatez, contestó:

– De todas las aves del cielo, tú eres la reina. Para conseguir que te casaras conmigo he tenido que mentir. No es cierto, no soy capaz de atrapar avestruces, pero si no te hubiera contado esa historia, jamás habría conseguido tu confianza ni te habrías fijado en mí.

El águila se quedó desconsolada. Comprendió que muchos están dispuestos a lo que sea con tal de conseguir sus objetivos y, esta vez, la engañada había sido ella.

Moraleja: ten cuidado con quienes te ofrecen cosas increíbles porque pueden ser falsas promesas. Hay quien utiliza el engaño para impresionar a los demás. Debemos tener los pies en la tierra y aprender a distinguir a la gente sincera, que es la que realmente merece la pena.



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