En cierta ocasión dormía profundamente cuando un lobo salió de la oscuridad y se abalanzó sobre él, dispuesto a propinarle un buen mordisco. El perro se despertó a tiempo y asustadísimo, le rogó que no lo hiciera.
– ¡Un momento, amigo lobo! – gritó dando un salto hacia atrás – ¿Me has visto bien?
El lobo frenó en seco y le miró de arriba abajo sin comprender nada.
– Sí… ¿Qué pasa?
– ¡Mírame con atención! Como ves, estoy en los huesos, así que poco alimento soy para ti.
– ¡Me da igual! ¡Pienso comerte ahora mismo! – amenazó el lobo frunciendo el hocico y enseñando a la pobre víctima sus puntiagudos colmillos.
– ¡Espera, te propongo un trato! Mis dueños están a punto de casarse y celebrarán un gran banquete. Por supuesto yo estoy invitado y aprovecharé para comer y beber hasta reventar.
– ¿Y eso a mí que me importa? ¡Tu vida termina aquí y ahora!
– ¡Claro que importa! Comeré tantos manjares que engordaré y luego tú podrás comerme ¿O es que sólo quieres zamparte mi pellejo?
El lobo pensó que no era mala idea y que además, el perro parecía muy sincero. Llevado por la gula, se dejó convencer y aceptó el trato.
– ¡Está bien! Esperaré a que pase el día de la boda y por la tarde a esta hora vendré a por ti.
– ¡Descuida, amigo lobo! ¡Aquí en el portal me encontrarás!
El perro vio marcharse al lobo mientras por su cara caían gotas de sudor gordas como avellanas ¡Se había salvado por los pelos!
Llegó el día de la fiesta y por supuesto el perro, muy querido por toda la familia, participó en el comida nupcial. Comió, bebió y bailó hasta que se fue el último invitado. Cuando el convite terminó, estaba tan agotado que no tenía fuerzas más que para dormir un rato y descansar, pero sabiendo que el lobo aparecería por allí, decidió no bajar al portal sino dormir al fresco en el alfeizar de la ventana. Desde lo alto, vio llegar al lobo.
– ¡Eh, perro flaco! ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja para cumplir lo convenido!
– ¡Ay, lobo, perdiste tu oportunidad! No seré yo quien vuelva a disfrutar de mis largas siestas en el portal. A partir de ahora, pasaré las tardes tumbado en la ventana, contemplando las copas de los árboles y escuchando el canto de los pajarillos. ¡Aprender de los errores es de sabios!
Y dicho esto, se acurrucó tranquilo y el lobo se fue con la cabeza gacha por haber sido tan estúpido y confiado.
Moraleja: como nos enseña esta fábula, hay que aprender de los errores que muchas veces cometemos. Incluso de las cosas negativas que vivimos podemos extraer enseñanzas positivas y útiles para el futuro.
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