Se comprometió un pícaro con uno a demostrar que el oráculo de Delfos mentía. Llegó el día señalado; el pícaro cogió un jilguerillo y, lo escondió debajo de su manto y se dirigió al templó. Encarándose con el oráculo le preguntó si el objeto que tenía en la mano estaba vivo o era «inanimado». Si el dios decía «inanimado», el pícaro enseñaría el jilguerillo vivo; si decía «vivo», lo presentaría muerto, después de haberle ahogado.
Pero el dios, reconociendo su malvada intención, contestó :
—Cesa en tu engaño, hombre, pues de ti depende que lo que tienes en la mano esté muerto o vivo.
Enseña esta fábula que la divinidad está a cubierto de cualquier sorpresa.
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