Juan se metió a curandero
aunque era en el arte un topo,
y se ganaba el galopo
con sus curas buen dinero.
Un día llegó a sus puertas
un niño pidiendo cura,
pues íenía la criatura
entrambas piernas muy tuertas.
El curandero le puso
en ellas cierto aparato,
y las tuvo a poco rato
tan derechas como un huso.
—Veamos, dijo un patán
de piernas muy contrahechas,
si a mí me pone derechas
las patas el señor Juan.—
Y es claro, como era rico,
le ofreció lo que quisiera
con ial que se las pusiera
tan derechas como al chico.
Abrió el curandero un ojo
tamaño cuando esto vió,
mas... por má s que caviló,
el cojo se quedó cojo.
Demuestran tales sucesos
que quien corregirse quiera
no lo alcanzará si espera
a que estén duros sus huesos.
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