Resto de una comida,
que orilla de un arroyo fué servida,
quedó sobre las hierbas arrojado
el conchudo cadáver de un cangrejo,
lo mismo que la grana colorado;
miraban y admiraban reflexivos
otros cangrejos vivos
aquel tinte magnífico bermejo,
y cada cual de su interior exhala
esta loca expresión:—¡Hermosa gala!
¡Quién el secreto raro poseyera
de poderse pintar de igual manera!
Oyendo la ocurrencia peregrina,
dijoles un ratón, docto en cocina:
—Para adquirir matices tan brillantes,
no hay otro medio que coceros antes.
Caro fuera el antojo:
cuesta sobrado el uniforme rojo.
Quien envidie la fama esclarecida
que a los varones célebres rodea,
tome su historia y vea
¡cuánto dolor acibaró su vida!
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