Mirándose un ciervo en el cristal de una fuente, complacíase de su gallarda cornamenta, y veía a la vez disgustadísimo la delgadez de sus piernas, que iban a perderse dentro del agua. “¡Cuan desproporcionadas son mi cabeza y mis pies! Decía, contemplando dolorido su propia imagen. Supera mi cerviz a los más altos matorrales; pero las piernas no me honran. ” En esto pensaba, cuando un perro le hace correr busca refugio, dirigiéndose a la selva: sus cuernos, incómodo ornato, le detienen a cada paso y embarazan los buenos servicios de sus ágiles piernas, a las que fía su salvación. Desdícese entonces, y reniega del obsequio anual con que le favorece el cielo.
Anteponemos lo bello a lo útil; y lo bello nos daña muchas veces. Aquel ciervo fatuo criticaba sus piernas, que tan provechosas le eran, para encomiar los cuernos, que le servían de estorbo.
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