Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi muertas de susto. El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no seguiría siendo igual que antes, pues él había decidido variar su rumbo.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto del año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual la conocían.
Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas no podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían de existir.
Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su conservación, no sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.
Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies? Cada cual que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de las ranas por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales con muy pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna, capaces solo de preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les rodeaba.
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