Había una vez un gato amante de las sardinas, cuya torpeza le imposibilitaba obtener a gusto su preciado alimento.
Un día, al no poder ingerir sardinas en casa decidió ir a la feria de la plaza, donde había varios vendedores que ofertaban el sabroso pescado. Calculador, el gato se agazapó tras un muro y esperó a que un vendedor se descuidase para saltar sobre una de las cestas y robar tantas sardinas como pudiera.
Llegado el momento el felino saltó, pero su torpeza hizo que el hombre se percatase enseguida y lo azorase con un palo, permitiéndole coger solo una pequeña sardina.
Frustrado, pero no del todo, el gato fue hasta un lago a calmar su sed. Tanto había corrido para huir de los golpes, que antes de degustar el pescadito sintió la necesidad de beber del preciado líquido.
Cuando se disponía a hacerlo vio la imagen de otro gato en el agua con una sardina más grande que la suya, lo cual le disgustó mucho y lo hizo lanzarse para atrapar aquella.
Sin embargo, tras mucho pelear comprendió que solo había visto su reflejo distorsionado y agrandado, y que por la codicia había perdido hasta su sardina pequeña. Otro día que pasaría sin degustar su alimento favorito.
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