Había una vez cuatro novillos que siempre andaban juntos. Eran muy buenos amigos y su férrea unidad los hacía fuertes y los protegía de posibles depredadores que merodeaban por el área.
Uno de estos últimos era el león, que temía a los novillos porque sabía que nada podía hacer contra cuatro de ellos.
Sin embargo, un día el león se levantó más listo que nunca y pensó que si dividía a los amigos, podría enfrentarlos uno por uno, vencerlos y devorarlos.
Así, se dio a la tarea y comenzó a instigar de lejos la desunión, diciendo ofensas a cada uno de los novillos, despertando la envidia entre ellos y poniéndolos en contra, los unos a los otros.
No tardó el depredador en conseguir sus objetivos. Logró que cada novillo se sintiese mal con sus amigos y los fue matando uno por uno.
Segundos antes de morir, cada novillo comprendió el secreto de su otrora fuerza, que mantenía alejado el peligro: la amistad y la unión.
Se dejaron llevar por bajas pasiones y como consecuencia perdieron su poderoso escudo.
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