En cierta ocasión, un tigre se paseaba por los bosques de China. Estaba muy hambriento porque en las últimas horas no había conseguido ninguna presa que llevarse a la boca. Cuando ya había perdido toda esperanza, algo se movió entre la maleza. Para su sorpresa, descubrió que era un pequeño zorro que estaba de espaldas, totalmente ajeno al peligro. Se acercó sigilosamente, calculó la distancia de salto, y se lanzó de manera precisa sobre el despistado animal.
El pobre zorro no tenía escapatoria posible. Sentía las fauces del enorme tigre apretándole la piel del cuello y casi no podía respirar. Sólo tenía una pequeña posibilidad de salvación: echar mano de su imaginación y, sobre todo, de su astucia.
Sin pensárselo dos veces, le dijo al tigre:
– ¡Eh, amigo! ¡Ni se te ocurra hacerme daño!
El felino escuchó la vocecilla del zorro y estuvo a punto de partirse de risa ¡Tenía mucha gracia que un animalejo tan simplón, pequeño e indefenso, le dijera lo que tenía que hacer!
Pero el zorrito, siguió hablando.
– Por si no lo sabes, soy el rey de los animales ¡Ni siquiera el enorme elefante puede conmigo, así que tú mucho menos!
El tigre, por supuesto, no le creyó, pero empezó a sentir curiosidad y decidió seguir la conversación, a ver qué otras tonterías le contaba.
– ¿El rey de los animales? ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, que gracioso eres!
El zorro sudaba a mares, pero intentó disimular el nerviosismo que le recorría el cuerpo todo lo que pudo. Carraspeó para aclararse la voz e intentando parecer muy seguro de sí mismo, replicó:
– ¡Por supuesto que lo soy! ¡Todos por aquí me tienen miedo, mucho miedo! Si quieres, te lo demostraré, pero tienes que soltarme. Tranquilo, podrás ir detrás de mí y así te asegurarás de que yo no huya.
El tigre dudó un poco, pero su intriga iba en aumento y no podía quedarse con las ganas de averiguar si ese zorrito parlanchín le decía la verdad.
– ¡Está bien, pero si intentas jugármela, te arrepentirás!
El tigre abrió las fauces y el zorro cayó al suelo sobre las cuatro patas que todavía le temblaban por el miedo. Se sacudió un poco el pelaje y le dijo al felino:
– Ahora vas a ver cómo todos los animales me temen y echan a correr en cuanto me ven. Tú ven detrás de mí ¿De acuerdo?
– Muy bien… ¡Camina, que no tengo toda la tarde!
El zorro comenzó a andar con la cabeza muy estirada y dándose aires de grandeza, seguido muy de cerca por el temible tigre. Tal y como había asegurado, a su paso los animales se apartaron y huyeron despavoridos.
Los pájaros se escondieron en sus nidos, los monos treparon por los árboles chillando para avisar a sus compañeros y los topos se metieron en profundas galerías subterráneas. Los que no podían correr, buscaron la manera de zafarse del peligro, como las serpientes, que se quedaron quietas como estatuas para pasar desapercibidas.
¡El tigre no se lo podía creer! ¡Era cierto que ese pequeño zorro era un auténtico jefe y que causaba temor sobre el resto de animales!
¿Y vosotros? … ¿También os habéis tragado la mentira del zorro?… Seguro que ya os habéis dado cuenta del truco que utilizó: sabía que si caminaba con un tigre detrás, los animales no huirían de él, sino del fiero felino que le pisaba los talones.
Como era un zorro listo, el plan funcionó: allí no quedaba un alma y el tigre se preguntaba por qué un insignificante zorro podía espantar a otros animales mucho más fuertes y grandes que él. Tan alucinado estaba, que se despistó. El zorrito aprovechó la oportunidad, echó a correr, se internó en la oscuridad del bosque, y consiguió salvar su vida.
Moraleja: La inteligencia y la astucia son más importantes que la fuerza. Nunca pienses que una persona, por ser más pequeña o aparentemente más débil, es menos válida que tú.
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