A punto de desfallecer por el hambre, una víbora encontró en su camino el taller de un herrero. Esperando encontrar algo con lo que llenar su vacía tripa, se introdujo en su interior. Al no conseguir nada que poder comer, se fue arrastrando hasta el lugar en el que los útiles del herrero estaban colocados y pidiéndoles a todas las herramientas que se encontraban en ese momento en aquel rincón del taller, algo para saciar un poco su hambre.
Apiadándose de ella, todas le ofrecieron todo aquello que estaba en su mano. Todas menos la lima, a la que la víbora se acercó muy lentamente y le pidió mansamente, que le facilitara alguna cosa para que pudiera volver a casa satisfecha.
-¡Muy poco me conoces si esperas de mí un regalo! –dijo la lima- ¿Es que no sabes que mi trabajo no consiste en dar cosas como las demás herramientas? Mi trabajo en este taller es el de quitarle cosas a todo lo que el herrero ponga delante de mí.
Nunca esperes nada bueno, de alguien que tan solo ha vivido aprovechándose de los demás.
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