Jamás había visto
el gato Marramiz má s que la casa
en que nació, y estaba tan bienquisto
que nunca tuvo en la comida tasa.
Dábale la fregona Mariquilla
por la mañana un trozo de cordilla;
cuando el amo comía o almorzaba,
él, con la cola enhiesta y encorvado,
en las piernas del amo se frotaba,
y triste e impaciente y obstinado,
cual pidiendo limosna, le maullaba.
Siempre encontró propicio
al señor, que le daba el desperdicio;
y después satisfecho.
Sin decirle siquiera «buen provecho,»
iba junio a la hermosa chimenea
y allí, sin otra ¡dea
que su comodidad, sin pena alguna,
se pasaba las horas y las horas
bendiciendo su pródiga fortuna.
Vió a otro gato vecino cierto día,
y así le habló:~Mi amigo ¡qué amo quiso
darme la suerte pía,
que jamá s se mostró conmigo avara!
Él me tiene lo mismo que estaría
el Adán de los gatos
allá en el paraíso,
por mi bonita cara.
Y diz que el otro contestó ligero
estas sabias razones:
—No es por tu linda cara, compañero,
sinó porque le espantas los ratones.
Otros blogs que te pueden interesar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario