Sobre el cáliz de una flor
que en verde tallo se alzaba,
y entre todas descollaba
por su perfume y color,
hallándose frente a frente,
al despuntar de la aurora, una abeja zumbadora
y una piníada serpiente.
Las dos libando a la vez
mudas quedaron un rato,
siendo en la Abeja recalo
lo que en la Sierpe doblez,
hasta que alzando la Abeja
la voz que al cielo debió,
así a la Serpiente habló
en son de agravio y de queja:
—Nunca a mi lado te vi,
y por las seña s sospecho
que nadie te dio derecho
para subir hasta aquí.
Vete, pues, y de estas galas
la pureza no desdores;
que sólo vive entre flores
quien ha nacido con alas,
Silbó la Serpiente altiva
enroscándose furiosa,
y sobre la fresca rosa
escupiendo su saliva,
dijo:
—Castigada estoy,
pues conozco por mi mal
que ni puedo ser tu igual,
ni dejar de ser quien soy.
A levantarme del lodo
en mal hora me atreví,
cuando envidiosa de ti
busqué de imitarte modo.
Mas mi destino cruel,
a toda dulzura ajeno,
me aparta de este vergel;
que en mí se torna veneno
lo que tú cambias en miel.—
Dicha que el alma ha sentido,
beso que venció al recato,
perfume nunca extinguido,
¡miel para el agradecido!
¡veneno para el ingrato!
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