Entre las varias flores
de un lozano jardín, hubo una rosa
tan fresca, tan hermosa,
de tan vivos colores,
que según dicen, era
envidia de la misma primavera.
Sucedió una mañan a
que al asomar el sol por el oriente
subió una parda oruga
por el fallo naciente
de la rosa, que al ver tal desacato
la dijo enfurecida:
—Oruga vil ¿te atreves
a hollar con torpe planta mi corola?
iTu, villana, ni aun debes
aspirar a la cárdena amapola —
Al oír este ultraje,
palideció la oruga, y su coraje
fué a ocultar, exclamando
con voz triste y llorosa:
— ¡Oh Dios! ¿cuando seré yo mariposa?
Transcurrido algún tiempo, como todo
tiene en el mundo fin, también le tuvo
la funesta prisión en que yacía
la miserable oruga, y con las alas
renació su alegría,
porque admiraba de la selva umbrosa
las sorprendentes galas,
del río las espumas
y de las aves las rizadas plumas.
Volvió al jardín, y vió que los claveles,
las blancas azucenas
y los morados lirios, levantaban
sus hermosas corolas
y una mirada tierna demandaban.
Del nocturno rocío
la mostraba la rosa blancas perlas,
murmurando: —;Bien mío,
ven a mi seno nítido a beberías!—
— Sultana de las flores,
(contestó la pintada mariposa)
¿porque miras mis alas metalizadas
de brillantes colores
fijas en mí tus pérfidas miradas?
Oruga, despreciaste
mis caricias, fiada en tu hermosura;
mariposa, me amaste...
yo desprecio ese amor y esa ternura.
¡AI fin cosa de flores
el juzgar por los signos exteriores!—
Dijo, y voló ligera
por la gentil pradera
sin esperar contestación alguna,
en tanto que la rosa
enlrcgaba una a una
sus hojas a las auras fugitivas;
y cuando ya tocaba en el ocaso
el sol amarillento,
lanzó la flor su postrimer aliento.
El que midiere al hombre
por el traje que viste, no se asombre
de ser, mal de su grado,
por el má s despreciable despreciado.
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