De las selvas de Guinea
pasó a las hispanas zonas
un simio de cara fea
y se metió a pintamonas.
Al ver los chafarrinones
de su groseros pinceles,
Murillo le dió lecciones
del divino arte de Apeles,
diciendo: «Quizá este mono
con lo que en el lienzo trace
dará a su linaje tono,
que buena falta le hace.»
Se engañó el pintor eximio
en su generosa idea,
que lo que trazó el ruin simio
procedente de Guinea,
así que en trazar figuras
estuvo un poquito diestro,
fué infames caricaturas
de su glorioso maestro.
Y esto prueba, aquí y en Flandes,
que es el sueño de los sueños
esperar acciones grandes
de entendimientos pequeños.
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