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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Celia y la Mariposa - Jose Joaquín Fernandez de Lizardi



Estaba Celia hemosa
una noche leyendo entretenida,
cuando una Mariposa
entró en el aposento, y, aturdida,
en torno de la luz tanto giraba
que las alas, a veces, se ·quelnaba.

La ve Celia y le dice:
Mariposilla incauta, considera
que, víctima infelice,
morirás en la llama lisonjera
que tanto te apasiona y te provoca.
Desengáñate, pues, y no seas loca.

No te acerques, detente;
huye, que ruina cierta te prepara
a tu vida inocente
esa llama brillante, esa luz clara,
entre cuyos ardientes resplandores
solo hallarás desgracias y dolores.

Esa llama es un fuego
inclemente y voraz; y en trance duro,
por tu apetito ciego,_
te verás, pues deleite
el fuego te parece; mas placeres
hallar en esa lumbre nunca esperes.

Es, como amor, la llama.
Huye, Mariposilla, su presencia.
Mira que Celia ama
y te habla con grandísima experiencia.
Lejos, amor y fuego disimulan
su veneno, de cerca ya no adulan.

Huye, pues, los voraces
incendios que delicias consideras;
huye antes que te abrases; .
admite mi consejo antes que mueras.

¡Oh cuántas mariposas racionales
deben aprovechar avisos tales!


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martes, 29 de septiembre de 2015

El Martillo y el Yunque - Jose Joaquín Fernandez de Lizardi



-¿ Por qué yo he de sufrir eternamente
los golpes que me das sin miramiento,
si es el mismo de entrambos el origen
y si de un mismo fierro nos hicieron?

A. esta queja que el Yunque formulaba,
así el Martillo respondió, discreto:
-Ni tu debes quejarte de tu suerte,
ni yo debo jactarme de mi empleo;
con el mislmo metal nos han forjado;
ambos fuimos hechura de un herrero
que sabía las reglas de su oficio
y que obrò, al fabricarnos, con acierto.

Para mazo, serías rnuy pesado;
para yunque, sería yo pequeno;
además, por motivos que yo ignoro,
nos han dado la forma que tenemos,
a fin de qne sirvamos igualmente
en las faenas que cumplir debemos.

-Me rindo a la razón. Me ha convencido
tu discurso sensato. No me quejo,
ni más me quejaré de mi destino;
sino antes bien lo cumpliré contento,
si doy provecho en él, pues soy la obra
de las hábiles manos de un herrero.

¡Oh qué Yunque tan dócil! ¡Qué Martillo
tan justo en sus palabras y tan cuerdo!

¡Cúán felices los hombres, si aprendieran
a seguir con prudencia vuestro ejemplo,
conformándose todos con su suerte
y del Cielo acatando los decretos.

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lunes, 28 de septiembre de 2015

El camello y la pulga - Félix María Samaniego,



Al que ostenta valimiento
Cuando su poder es tal,
Que ni influye en bien ni en mal,
Le quiero contar un cuento.

En una larga jornada
Un Camello muy cargado
Exclamó, ya fatigado:
«¡Oh qué carga tan pesada!»
Doña Pulga, que montada
Iba sobre él, al instante
Se apea, y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El Camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»




domingo, 27 de septiembre de 2015

El calvo y la mosca - Félix María Samaniego,



Picaba impertinente
En la espaciosa calva de un Anciano
Una Mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
Tiró un cachete, pero fuese salva,
Hiriendo el golpe la redonda calva.
Con risa desmedida
La Mosca prorrumpió: «Calvo maldito,
Si quitarme la vida
Intentaste por un leve delito,
¿A qué pena condenas a tu brazo,
Bárbaro ejecutor de tal porrazo?»
«Al que obra con malicia,
Le respondió el varón prudentemente,
Rigurosa justicia
Debe dar el castigo conveniente,
Y es bien ejercitarse la clemencia
En el que peca por inadvertencia.
Sabe, Mosca villana,
Que coteja el agravio recibido
La condición humana,
Según la mano de donde ha venido»;

Que el grado de la ofensa tanto asciende
Cuanto sea más vil aquel que ofende.


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sábado, 26 de septiembre de 2015

El caballo y el ciervo - Félix María Samaniego,



Perseguía un Caballo vengativo
A un Ciervo que le hizo leve ofensa;
Mas hallaba segura la defensa
En veloz carrera el fugitivo.
El vengador, perdida la esperanza
De alcanzarlo, y lograr así su intento,
Al hombre le pidió su valimiento
Para tomar del ofensor venganza.
Consiente el hombre, y el Caballo airado
Sale con su jinete a la campaña;
Corre con dirección, sigue con maña,
Y queda al fin del ofensor vengado.
Muéstrase al bienhechor agradecido;
Quiere marcharse libre de su peso;
Mas desde entonces mismo quedó preso,
Y eternamente al hombre sometido.

El Caballo que suelto y rozagante
En el frondoso bosque y prado ameno
Su libertad gozaba tan de lleno,
Padece sujeción desde ese instante.
Oprimido del yugo ara la tierra;
Pasa tal vez la vida más amarga;
Sufre la silla, freno, espuela, carga,
Y aguanta los horrores de la guerra.
En fin perdió la libertad amable
Por vengar una ofensa solamente.
Tales los frutos son que ciertamente
Produce la venganza detestable.


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viernes, 25 de septiembre de 2015

El búho y el hombre - Félix María Samaniego



Vivía en un granero retirado
Un reverendo búho, dedicado
A sus meditaciones,
Sin olvidar la caza do ratones;
Se dejaba ver poco, mas con arte:
Al gran turco imitaba en esta parte.
El dueño del granero
Por azar advirtió que en un madero
El pájaro nocturno
Con gravedad estaba taciturno.
El hombre le miraba, se reía:
“¡Qué carita de pascua! le decía,
¿Puede haber más ridículo visaje?
Vaya, que eres un raro personaje.
¿Por qué no has de vivir alegremente
Con la pájara gente,
Seguir desde la aurora
A la turba canora
De jilgueros, calandrias, ruiseñores
Por valles, fuentes, árboles y flores?”
“Piensas a lo vulgar: eres un necio
-Dijo el solemne búho con desprecio-
Mira, mira, ignorante.
A la sabiduría en mi semblante:
Mi aspecto, mi silencio, mi retiro,
Aun yo mismo le admiro:
Si rara vez me digno, como sabes,
De visitar la luz, todas las aves
Me siguen y rodean: desde luego
Mi mérito conocen; no lo niego”.
“¡Ah, tonto presumido!
-El Hombre dijo así-, ten entendido
Que las aves muy lejos de admirarte,
Te siguen y rodean por burlarte.
De ignorante orgulloso te motejan”.
“Como yo a aquellos hombres que se alejan
Del trato de las gentes,
Y con extravagancias diferentes
Han llegado a doctores en la ciencia
De ser sabios no más que en la apariencia.”

De esta suerte de locos
Hay hombres como búhos, y no pocos.


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jueves, 24 de septiembre de 2015

El perro avaricioso - Fedro



Un perro, atravesando un río con un pedazo de carne en la boca, vio en el espejo de las aguas reflejada su imagen.

Creyendo que era otro perro que llevaba otra presa, quiso quitársela, pero engañado por su codicia, se quedó sin la comida que tenía en la boca y no pudo obtener la que deseaba.

Con razón pierde lo propio, el que desea lo ajeno



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miércoles, 23 de septiembre de 2015

La vaca, la cabra, la oveja, y el león - Fedro



Una vaca, una cabra y una sufrida oveja coincidieron con un león en el bosque.
Entre todos cazaron un ciervo y se lo despiezaron.
Después el león habló así:
-Yo me tomo la primera y más grande parte porque soy el león.
También me daréis la segunda porque nadie es tan valiente como yo.
La tercera será para mí porque soy el más fuerte.
Si alguien intenta tocar el cuarto pedazo le daré un zarpazo.
De esta forma utilizado la violencia se quedó con toda la presa.


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lunes, 21 de septiembre de 2015

Heraclitana - Augusto Monterroso


Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo
sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades
higiénicas de cada quién) veces en el mismo río.


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domingo, 20 de septiembre de 2015

La cabra y el caballo - Tomas Iriarte



Estábase una cabra muy atenta
largo rato escuchando
de un acorde violín el eco blando.
Los pies se la bailaban de contenta,
y a cierto jaco que, también suspenso,
casi olvidaba el pienso,
dirigió de esta suerte la palabra:
«¿No oyes de aquellas cuerdas la armonía?
Pues sabe que son tripas de una cabra
que fue en un tiempo compañera mía.
Confío (¡dicha grande!) que algún día
no menos dulces trinos
formarán mis sonoros intestinos».
Volvióse el buen rocín, y respondióla:
«A fe que no resuenan esas cuerdas
sino porque las hieren con las cerdas
que sufrí me arrancasen de la cola.
Mi dolor me costó, pasé mi susto;
pero, al fin, tengo el gusto
de ver qué lucimiento
debe a mi auxilio el músico instrumento.
Tú, que satisfacción igual esperas,
¿cuándo la gozarás? Después que mueras».

Así, ni más ni menos, porque en vida
no ha conseguido ver su obra aplaudida,
algún mal escritor al juicio apela
de la posteridad, y se consuela.



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sábado, 19 de septiembre de 2015

El caminante y la mula de alquiler - Tomas Iriarte



Harta de paja y cebada,
una mula de alquiler
salía de la posada,

y tanto empezó a correr,
que apenas el caminante
la podía detener.

No dudó que en un instante
su media jornada haría;
pero algo más adelante

la falsa caballería
ya iba retardando el paso.
«¿Si lo hará de picardía?...

¡Arre!... ¿Te paras?... Acaso
metiendo la espuela... Nada.
Mucho me temo un fracaso...

Esta vara, que es delgada...
Menos... Pues este aguijón...
Mas ¿si estará ya cansada?

Coces tira... y mordiscón.
¡Se vuelve contra el jinete!
¡Oh, qué corcovo, qué envión!

Aunque las piernas apriete...
Ni por ésas... ¡Voto a quién!
¡Barrabás que la sujete!

Por fin dio en tierra... ¡Muy bien!
¿Y eres tú la que corrías?...
¡Mal muermo te mate, amén!

No me fiaré en mis días
de mula que empiece haciendo
semejantes valentías».

Después de este lance, en viendo
que un autor ha principiado
con altisonante estruendo,

al punto digo: «¡Cuidado!
¡Tente, hombre!, que te has de ver
en el vergonzoso estado
de la mula de alquiler».


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jueves, 17 de septiembre de 2015

La pobre viejecita - Rafael Pombo



Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez.

Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.

Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín.

Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan y Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín

Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar.

Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.

Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir

Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.

Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.

Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz.

Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien

Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.

Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial

Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.


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miércoles, 16 de septiembre de 2015

La llama - Leonardo Da Vinci



Desde hacía más de un mes, en el horno de la vidriería donde
hacían las botellas y los vasos, la llamas chisporroteaban.
Un día vieron una vela, sobre un hermoso candelabro brillante,
que se acercaba hacia ellas. Pronto, con gran ansiedad, se
esforzaron por acercarse a aquella dulce llamita.
Una especialmente, escabulléndose del tizón que la alimentaba,
volvió la espalda al horno y pasando por una rendija se lanzó
sobre la vela, devorándola ávidamente.
Pero al hacerlo, la voraz llama consumió pronto hasta su fin a
la pobre vela; y de ahí que, no queriendo morir con ella, tratara
de volver al horno de donde había huido.
Pero no consiguió librarse de la blandura de la cera, y en vano
pidió ayuda a las otras llamas.
Llorando y gritando se transformó en fastidioso humo, dejando
a sus hermanas en los esplendores de una vida larga y bella.

El afán de superación, cuando no radica
en razones ilusorias, es digno de alabanza;
pero la reflexión previa y la seguridad de
recuperar, en caso necesario, la posición
que antes se ocupaba, son precauciones
siempre aconsejables.


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martes, 15 de septiembre de 2015

La navaja de afeitar - Leonardo Da Vinci



Había una vez, en una barbería, una bella navaja de afeitar. 
 Un día en que no había nadie pensó echar una mirada a su alrededor y, sacando la hoja del mango en donde reposaba como en una vaina, se dedicó a gozar del hermoso día de primavera.

Al ver el sol reflejarse en su cuerpo, la navaja quedó sorprendida y maravillada: la hoja de acero lanzaba tales resplandores que de pronto, en un rapto de orgullo, se dijo:
- ¿Y he de volver yo a aquella barbería de la que acabo de salir? De ninguna manera. Los dioses no quieren que una belleza como la mía se envilezca de ese modo. 

Sería una locura permanecer allí afeitando la barba enjabonada de tantos rústicos villanos, repitiendo hasta el infinito la misma mecánica operación. ¿Mi hermoso cuerpo está acaso conforme con semejante ejercicio? ¡No, por cierto! 
Conque corro a esconderme en cualquier lugar secreto, para poder gozar tranquila el resto de mis días.

Y así diciendo, la navaja buscó un escondite, y se ocultó.
Pasaron los meses. Un día, deseando tomar el aire, dejó su refugio y, saliendo cautelosamente de su vaina, se contempló. - ¡Ay de mí! ¿Qué me ha sucedido?
La hoja se había oxidado y ya no reflejaba los fulgores del sol.
La navaja, amargada y arrepentida, se lamentó diciendo:
- ¡Oh, cuánto mejor era emplear mi bella hoja afilada afeitando las barbas enjabonadas! Mi superficie habría permanecido resplandeciente, y mi filo siempre cortante, sutil. ¡En cambio, heme aquí corroída y picada por la más fea herrumbre! ¡Y sin remedio! 

 El mismo horrible final de la navaja está reservado a las personas de ingenio que en vez de ejercitarse en la virtud prefieren entregarse al ocio. Y al igual que la navaja de afeitar, pierden la finura y la luz de la inteligencia y pronto las corroe el moho de la ignorancia.


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lunes, 14 de septiembre de 2015

Cintia y su criada- Jose Joaquín Fernandez de Lizardi



Muy satisfecha Cintia,
sus gracias comtemplaba,
en pie, frente al espejo, .
una hermosa mañana.

Después de unos instantes,
da un grito y se desmaya,
porque ve sus mejillas
descoloridas, pálidas.

-¡Ay, Aminta! ¿qué es ésto?
pregúntale a su criada;
qué es lo que me sucede?
Los colores me faltan.

-Señora, no se asuste,
responde la bellaca:
si está usted más hermosa .
que la naciente alba.

-Te equivocas, Aminta;
pálida está mi cara.

-Es aprensión, Señora:
está usted sonrosada;
y tánto, que la rosa,
la púrpura y la grana,
junto a la faz tan linda
de usted, veránse blancas.
La cosa en mí consiste;
yo cometí la falta
de no limpiar la luna,
dejándola empañada.
Pero usted está bella ,
muy arrogante y sana;
y envidia sus hechizos
darán a cualquier dama.

Agradecida Cintia,
eontéstale a su Criada: .
-Buen susto me hasquitado;
se conoce que me arnas .

Así, ni más ni menos,
aI vanidoso engaña
aquel que con lisonjas
sus defectos solapa..


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domingo, 13 de septiembre de 2015

El tigre hipócrita y el leopardo - Jose Joaquín Fernandez de Lizardi



Tengo yo un corazón muy compasivo:
el dolor y abandono de ese pobre
Tigre -mi caro hermano- me contrista.
¡Que Júpiter alivie sus dolores
y le conceda bienhechor consuelo!
Así en los riscos de escarpado monte,
un hipócrita Tigre lamentaba
los males de otro Tigre, a quien rigores
de la ad versa fortuna perseguían.
Mientras fingido sentimiento expone,
Escuchábanlo varios animales,
entre ellos un Leopardo de renombre,
el cual habla con sorna al falso amigo
y le dice: -Buen Tigre, se conoce
que eres piadoso, que tLmas al enfermo:
su trIste sltuaclón no se te esconde;
te muestras compasivo y pesaroso;
pero dí con franqueza ¿lo socorres?
¿Partes con él la carne cecinada
que guardas .y que a veces se corroIllpe?
Muere el paciente de hambre. Y tú ¿qné dices?
-"Perezcan todos, como a mí me sobre".
Si eres, pues, tan cruel, si eres hipócrita,
si esclavo vives de avaricia torpe,
no con labio falaz, así profanes
de sincera amistad el sacro nombre.
Ya que en tu corazón no tiene abrigo
esa augusta virtud que desconoces,
a la vista del mísero, enmudece;
con falsa compasión no lo incomodes.

Así, en el Tigre, reprendió el Leopardo
a todos los que. falsos y habladores,
fingen compadecer al desdichado,
pero no lo socorren.


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