Todos los animales veneraban profundamente a su rey el león. Reconocían su porte, fuerza, fiereza y valentía y no les importaba en absoluto que los gobernara desde hacía mucho tiempo.
Sin embargo, había algo que los molestaba mucho y era que el monarca tenía por amigo predilecto a un viejo y pesado elefante, hecho que no llegaban nunca a comprender.
Todos se desvivían por ser el predilecto del rey y se creían con mejores atributos que el elefante para serlo.
El rencor y la envidia llegaron a tal punto, que un día quisieron hacer una asamblea para compartir sus inconformidades y ver cómo hacer que el león escogiese otro amigo.
Una vez estuvieron reunidos, la primera en hablar fue la zorra.
-Nuestro rey es magnífico, pero habremos de coincidir que no es bueno escogiendo amigos. Si al menos hubiese escogido a alguien tan astuta como yo, el animal más listo, y con una bella y peluda cola como la mía, lo hubiese entendido y esta asamblea no tuviese lugar, dijo con toda la seguridad del mundo.
-No entiendo como el león puede andar con un animal que carece de garras grandes y poderosas como las mías- dijo a su vez el oso, que ni había atendido a todo lo dicho por la zorra.
Por su parte, el burro tildó a los dos anteriores de tontos y exclamó:
– Para mí está más que claro. Al rey le gusta el elefante porque tiene unas orejas grandes como las mías, solo que descubrió a aquel primero y a mí no ha tenido el gusto de conocerme.
– ¡Qué manera de halagarse a sí mismos estos tontos!- dijo un pato a otro. –Se ve que desconocen que lo mejor del mundo es graznar- agregó.
Y así, aptos solos para ver sus supuestas virtudes, los animales nunca lograron ponerse de acuerdo y mucho menos determinar el porqué de la preferencia del león por el elefante. Muchos menos fueron capaces de llevarle sus inquietudes a este y de entender la importancia de valores como la modestia y el desinterés, capaces de hacer que las mejores cosas de la vida vengan por su propio peso y derecho.
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